Martiniano Chilavert privilegió la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción. Nació en Buenos Aires 16 de octubre de 1801, hijo del capitán Francisco Chilavert, quien luego de algunos años de residencia en el Río de la Plata, regresó a España. El joven Chilavert retorna a Buenos Aires en 1812 en la fragata “George Cánning”, siendo compañero de travesía, en aquella oportunidad, de toda la futura primera plana de la cúpula militar que tendría a su cargo la tarea emancipadora de nuestro país. Nos referimos a José de San Martín; Carlos M. De Alvear; Matías Zapiola y otros bravos conocidos de la mencionada epopeya.
La calle con la que Mar del Plata lo homenajea va de Sudeste a Noroeste, es la ex calle 194 y se extiende desde Río Negro a Juan B. Justo. Nace en el barrio Malvinas Argentinas y forma parte –además- de Coronel Dorrego y Belisario Roldán. En la mayoría de los carteles nomencladores se encuentra mal escrito ya que el verdadero nombre se escribe con V.
En Europa había realizado estudios matemáticos que prosigue en Buenos Aires incorporándose, posteriormente, como cadete del Regimiento de Granaderos de Infantería.
Desde el primer momento estuvo al lado del general Carlos María de Alvear. En el golpe del 25 de mayo de 1820, junto con otros 43 jefes se apoderó del cuerpo de “Aguerridos” en el cuartel de Retiro. Participó en la victoria de la “Cañada de la Cruz”. Pretendieron cercar Buenos Aires junto con los chilenos de Carrera y los proscriptos de Alvear. Siguió a Alvear hasta Santa Fe donde Estanislao López los desterró a la Banda Oriental. Cayó prisionero de Dorrego en la toma de San Nicolás, el 2 de agosto de 1820.
A comienzos de 1821, con el advenimiento del gobierno de Martín Rodríguez y la conclusión de los conflictos de la anarquía del 20, Chilavert obtiene la baja del Ejército retorna a los estudios, siendo ayudante de la cátedra de matemáticas del prestigioso Felipe Senillosa. Se recibe de ingeniero en 1824 y trabaja en la construcción de un pueblo en las cercanías de Bahía Blanca.
Cuando el Imperio del Brasil le declara la guerra a las Provincias Unidas, Chilavert se incorpora rápidamente al ejército, el 1 de Diciembre de 1825, ascendiendo a capitán al año siguiente, en la 1a. Compañía del 1er. Escuadrón del Regimiento de Artilleria Ligera.
Sirvió en la batalla de Ituzaingó a las órdenes del coronel Tomás de Iriarte. En dicha acción de guerra Chilavert hace gala de su coraje y condiciones técnicas que lo proyectan como un eficiente y bravo guerrero, que le valió la recomendación de sus superiores y el ascenso al cargo de Sargento Mayor en el mismo campo de batalla.
No sería sólo en la gloriosa batalla de Ituzaingó, en la cual se le otorgó el cordón de los vencedores, en donde participó con tanto suceso Chilavert. También se destacó en la batalla del “Puerto del Salado”. En el año 1828, a las órdenes de Fructuoso Rivera, pasó a combatir a las fuerzas imperiales de Brasil que operaban en las Misiones en donde le sorprende la deshonrosa paz firmada por Rivadavia con el Imperio.
Al regresar a Buenos Aires ya se había producido el motín unitario de diciembre de resultas del cual se produjo el asesinato de Dorrego en los campos de Navarro. Chilavert se adhiere al bando unitario que comandaba Lavalle, quienes fueron derrotados por Rosas y las fuerzas de Estanislao López en el puente de Márquez. Marchó al destierro acompañando a Lavalle a la Banda Oriental, desde allí participó en nuevos intentos de alzamiento de las provincias litoraleñas aliado, también, a Ricardo López Jordán, pero fracasaron. Regresó a Uruguay y sobrellevó el ostracismo y la inactividad militar hasta 1836. Al producirse la sublevación de Fructuoso Rivera contra Manuel Oribe, presidente de la Banda Oriental, se pone al lado de Rivera, ostenta entonces el grado de coronel del ejército de Rivera quien se adjudica el título de “padre de los pueblos y columna de la Constitución”.
En el año 1839 llega Chilavert a Montevideo siendo reclutado por la emigración argentina en pleno desarrollo de la guerra contra Rosas. Chilavert llegaba enojado y decepcionado con Rivera por la incapacidad militar y desmanejos del caudillo oriental.
Acompaña a Lavalle, en la invasión a la isla Martín García, quien lo designa jefe de Estado Mayor como reconocimiento de sus excelsas virtudes militares. Pero esta amistad y camaradería se quebrará por imperio de las insidias propaladas por algunos miembros del staff de Lavalle y sobretodo porque Chilavert está en desacuerdo con la desastrosa conducción de Lavalle del ejército invasor al que éste denomina pomposamente “Legión Libertadora”. Chilavert propuso atacar Buenos Aires y Lavalle deambuló por la provincia bonaerense y santafesina sin recibir apoyo alguno y marchando rumbo a los desastres de “Quebracho Herrado” y “Famaillá” que finalmente terminaron con su vida.
Chilavert después de retirarse del ejército de Lavalle vuelve a servir a Rivera, quien lo nombra comandante en jefe de la artillería. En la sangrienta batalla de “Arroyo Grande”, el 6 de diciembre de 1842, Chilavert manda la artillería prodigándose y combatiendo con valor, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendental victoria en donde Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada. En esa acción Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas, para no ser reconocido.
El Coronel Chilavert participó en Montevideo en la reunión de la noche del 3 de febrero de 1843, en la que Rivera dijo que él salía a campaña y que necesitaba elegir un jefe para la defensa de Montevideo pero que no fuera José María Paz al que consideraba un inepto. Allí propuso, también, la erección de un estado entre los ríos Paraná y Uruguay, cuestión que ya había sido conversada con el ministro brasileño Sinimbú. En ese momento Chilavert encaró a Rivera y le espetó: “hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
Si es cierto que algunos argentinos notables trabajan el proyecto de segregar dos provincias argentinas para debilitar el poder de Rosas, o para lo que fuese, la lengua humana, el sentimiento y la prosperidad, los llamaba, y cien veces los llamaría, notables traidores a la Patria.”
Que en cuanto a él, “protestaba desde el fondo de su alma contra semejante proyecto, viniese de donde viniese; y que las armas que la patria le dio en los albores de la independencia no se empañarían al lado de tan notables traiciones, porque él iría a ofrecérselas a Rosas o a cualquiera que representase en la República Argentina la causa de la integridad nacional.”
Quedaron todos pasmados sólo el pérfido Rivera atinó argumentar que "eran cosas de la diplomacia!"
De todas maneras Paz se hizo cargo de la defensa de Montevideo, pero Chilavert fue dejado de lado, momentáneamente, por su perfil crítico, más la insistencia de Paz prevaleció y se lo designó jefe de la artillería de la izquierda de la línea.
Pero chocaba constantemente con los jefes de la plaza, especialmente, con el general Pacheco y Obes, cuyas medidas de guerra comentaba y censuraba públicamente, su presencia llegó a ser incómoda y difícil y hasta se le atribuyeron propósitos contrarios a la causa; se le puso arresto, pero a los pocos días logró fugarse de la plaza, emigrando al Brasil, de donde expresó su protesta por la forma injusta en que había sido tratado.
En esa época tomó conocimiento del Combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas argentinas al mando de Lucio V.Mansilla y por orden de Juan Manuel de Rosas enfrentaron a la poderosa escuadra anglo-francesa, el 20 de noviembre de 1845, posteriormente declarado “Día de la Soberanía Nacional”. Esto produjo una reacción inmediata en Chilavert quien llegó al convencimiento de los dislates del bando unitario que no trepidaba mientes en la consecución de sus mezquinos intereses, aún en aliarse con extranjeros para atacar a su Patria.
El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!
Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata...Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañon de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.
Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria...anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados.
Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría.
Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
El general Oribe, con fecha 19 de Diciembre de 1846 contestó a Chilavert, pidiéndole que se traslade a Cerro Largo por razones de seguridad. A principios de 1847 Chilavert se trasladó Buenos Aires y Rosas le encomendó el mando de un cuerpo de artillería. En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (El nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos - Rosas y Urquiza - se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
Chilavert resistió hasta la última munición, con 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la contienda a casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó: “Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás...” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios - y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja - hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al cnel. Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
Luego de Caseros estos hombres fueron cazados cruelmente, ahorcados y colgados de los árboles de los bosques de Palermo donde sus cadáveres pendían como escarmiento y pintando un paisaje de horror en San Benito de Palermo, donde Urquiza sentó residencia gubernamental en la propiedad de su vencido y como una manera de exhibir su poder.) el degüello de Martín Santa Coloma, y la de tantos otros que padecieron la furia de los vencedores de Monte Caseros.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”...y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello #AntesDeSerCalle
Fuente: Fundación Historia y Patria (Prof. Lic. Carlos Pachá) // El águila Guerrera (Pacho O´Donnell)