Muy poco se conoce sobre el auténtico José Figueroa Alcorta, el periodista y abogado cordobés que, entre otras particularidades, presidió los tres poderes de la Nación. Fue Presidente durante los festejos del Centenario de 1910.
El recorrido de la calle que le tributa honor tiene circulación sur norte y nace desde la nomenclatura al 200 (Gaboto) se interrumpe al 900 (Hernandarias) vuelve a surgir al 1200 (Vértiz) sin más interrupciones hasta la avenida Mario Bravo. . Forma parte de los barrios Puerto y de Vértiz hasta su finalización de Colinas de Peralta Ramos. Su continuación hacia el sur es Portaaviones Narwal.
Como llega a la presidencia
Figueroa Alcorta fue el vicepresidente Manuel Quintana quien al morir en 1906 lo deja a cargo de la primera magistratura. Desde el comienzo debió afrontar fuertes problemas en el Congreso, incluyendo la amenaza de un juicio político.
A fines de 1907, convocó a sesiones extraordinarias, para tratar varios asuntos, el principal de los cuales era el Presupuesto. Pero las Cámaras ignoraron los proyectos. El Presidente, entonces, optó por clausurar -el 25 de enero de 1908- las sesiones extraordinarias, al tiempo que ponía en vigencia el Presupuesto del año anterior.
En el decreto, reseñaba el tiempo transcurrido sin que se tratara ninguno de los temas de la convocatoria, lo que causaba enorme perjuicio a la marcha normal de las instituciones y al servicio de la deuda pública. Agregaba que no se había dado entrada a los pliegos donde pedía acuerdo para nombrar intendente municipal de Buenos Aires y presidente del Consejo de Educación. En consecuencia, decía, “la prolongación de las sesiones del Congreso es contraria a la letra y al espíritu de la Constitución, la cual prescribe que sólo debe sesionar durante cinco meses, y faculta al Poder Ejecutivo para que lo convoque a sesiones extraordinarias con el único objeto de tratar asuntos de gran importancia”. Entendía que “tal proceder amengua la autoridad moral del Poder Ejecutivo y puede ser el germen de la anarquía y de la guerra civil”. Y que, últimamente, el Presidente “es el jefe supremo de la Nación y tiene a su cargo la administración general del país”, con el deber de “velar por la paz y la tranquilidad pública y mantener la marcha administrativa del Estado”.
Pero más grave fue lo que ocurrió dos días después. El 27 de enero, por orden del Ejecutivo, soldados del Cuerpo de Bomberos de la Capital ocuparon el Palacio del Congreso y cerraron sus puertas. Tenían orden de prohibir la entrada de todo diputado y todo senador. Se anunció, asimismo, por medio del Ministerio del Interior, que quedaban vedadas las reuniones de legisladores en cualquier punto del país, y que se intervendría cualquier provincia cuyo gobernador las facilitase. Asimismo, la policía estableció vigilancia en las proximidades de los domicilios de diputados y senadores. Tanto la mayoría del Senado como la de Diputados, emitieron manifiestos que condenaban estos procedimientos como auténticos atentados a la Constitución.
Figueroa Alcorta, con el cierre de las sesiones, logró neutralizar los propósitos de juicio político que lo amenazaban, y ganó tiempo hasta que las inminentes elecciones de diputados nacionales lo proveyeron de gente adicta. Al reiniciarse meses después el período legislativo -con muchos rostros nuevos y oficialistas en las bancas- en Diputados se condenó acerbamente la clausura del edificio. Esta cuestión finalmente se dio por cerrada con una medida curiosa: se procesó y multó por desacato al jefe de Bomberos, coronel José María Calaza.
En su mensaje de apertura de las Cámaras de mayo de 1908, Figueroa Alcorta aseguró que en su decreto no había tenido intención alguna de violar la Constitución, ni de invadir la esfera de otros poderes. En cuanto a la clausura del Palacio, se refirió a ella elípticamente, como uno de los “procedimientos ulteriores del mismo decreto” que, subrayó, “han sido determinados por circunstancias graves y móviles elevados y dignos, absolutamente ajenos al designio inconcebible de incurrir en una violación de fueros parlamentarios que no habría tenido justificación razonable”.
Figueroa Alcorta había nacido en Córdoba, el 20 de noviembre de 1860. En 1882 se graduó en leyes en la universidad, y el mismo año fue designado para dictar en la antigua casa de estudios una cátedra de derecho internacional. Alternó la docencia universitaria y su cargo de consultor de la municipalidad de Córdoba y del ferrocarril Norte con tareas periodísticas en los diarios La Época y El Interior. No había cumplido aún los veinticinco años cuando fue elegido senador provincial.
Al cesar en sus funciones de senador fue elegido diputado a la legislatura por cuatro años, período que no pudo cumplir, porque en 1890 fue nombrado ministro de Gobierno en la administración de Marcos Suárez, a quien acompañó hasta el final de su gestión. Eleazar Garzón, sucesor de Juárez, lo designó ministro de Hacienda de la provincia. Apenas cumplidos los 35 años fue elegido gobernador de la provincia de Córdoba. Su gobierno se distinguió por el saneamiento de las finanzas y por sus iniciativas en educación pública, obras viales y mejoras edilicias. Creó el registro de la propiedad, organizó el cuerpo de bomberos, inauguró las obras de luz y fuerza de la provincia y llevó a cabo otras numerosas realizaciones.
Terminado su período de gobierno en el mes de marzo de 1898, la Legislatura lo eligió el mes siguiente senador nacional, por gran mayoría. Le tocó intervenir en la discusión de problemas vitales como los vinculados a la cuestión de límites con Chile. José Figueroa Alcorta fue el encargado de presentar a la Cámara el informe favorable a los "pactos de Mayo", haciéndolo en un discurso que puso de manifiesto los peligros de la paz armada en América; sostuvo la implantación del arbitraje para la solución de los conflictos internacionales y expuso la inquietud argentina en la cuestión del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia.
En la "reunión de notables", convocada por Roca, surgió su nombre como compañero de la fórmula presidencial que encabezaba Manuel Quintana. Al triunfar la fórmula, José Figueroa fue consagrado vicepresidente de la República y asumió la presidencia del Senado desde el 12 de octubre de 1904. Aprovechando un receso parlamentario se trasladó con su familia a Córdoba, en el verano de 1905, y se instaló en Capilla del Monte.
La revolución del 4 de febrero de 1905 estalló en Córdoba bajo la dirección del coronel Daniel Fernández y el doctor Aníbal del Viso, que derrocaron a las autoridades constituidas. Al conocerse en Córdoba el fracaso de la revolución en Buenos Aires, cundió el desaliento, y los revolucionarios, en busca de amparo, se apoderaron de la persona del vicepresidente y lo mantuvieron como rehén, para presionar sobre el ánimo del primer magistrado. Dominada la revuelta, Figueroa Alcorta recuperó la libertad y volvió a Buenos Aires, reanudando su labor en el Senado.
La presidencia de José Figueroa Alcorta
En 1906, tras la muerte del presidente Manuel Quintana, renunció el gabinete en pleno. José Figueroa Alcorta asumió la presidencia y reorganizó el gobierno de esta forma: Norberto Quirno Costa en Interior; Manuel Montes de Oca en Relaciones Exteriores; Norberto Piñero en Hacienda; Federico Pinedo en Justicia, Culto e Instrucción Pública, sustituido luego por Rómulo Neón, que fundó las primeras escuelas rurales para difundir la instrucción en la campaña; Luis María Campos en Guerra; Onofre Betbeder en Marina; Ezequiel Ramos Mejía, que trazó un plan de ferrocarriles patagónicos, en Agricultura, y Miguel Tedín en Obras Públicas.
A lo largo de su mandato presidencial (1906-1910), José Figueroa Alcorta supo gobernar sin presiones y pudo encauzar una política de renovación, que le aseguró al comienzo un margen de simpatía en las esferas que se disputaban el poder. Pero poco a poco cayó bajo la influencia de la fracción oligárquica. Mientras que en el aspecto político el gobierno tenía que afrontar constantes problemas de hostigamiento, en lo económico el país había entrado en una etapa de prosperidad industrial, comercial y cultural, en un creciente bienestar que se advertía en muchas esferas de la vida del país. La Argentina era en ese entonces uno de los grandes proveedores mundiales de cereales.
En las elecciones del 11 de marzo de 1906, la coalición de partidos opositores encabezada por Carlos Pellegrini dio el triunfo a los antirroquistas en la capital. Pero la mayoría de legisladores no veía con agrado esa orientación y procuró resistir en forma pasiva al poder ejecutivo y su política; incluso se habló de formar juicio político al presidente. Convocado al Congreso a sesiones extraordinarias a fines de 1907 para considerar el presupuesto de gastos y numerosos asuntos más, las cámaras no sólo se mostraron reacias a la iniciativas del poder ejecutivo, sino que las ignoraron.
El 25 de enero de 1908 el presidente, en acuerdo general de ministros, decretó la vigencia del presupuesto general de 1908 de gastos de la administración. Como consecuencia de la oposición de las cámaras, clausuró las sesiones extraordinarias del Congreso y retiró los asuntos sometidos a su deliberación. El 27 de enero, la fuerza pública ocupó el palacio legislativo y prohibió la entrada a los legisladores de ambas cámaras. Se anunció por el Ministerio del Interior que se prohibían las reuniones de legisladores en cualquier punto del país.
Hubo algunas protestas ruidosas a la entrada de las cámaras, pero en poco tiempo el incidente fue olvidado, pues no había sido mal recibido por la opinión popular, poco adicta a un parlamento que estaba bastante lejos de sus aspiraciones. Ante la protesta de diputados y senadores, las fuerzas de ocupación fueron retiradas el 30 de enero, y los legisladores pudieron entrar y salir libremente. La clausura del Congreso por parte del ejecutivo fue un hecho político de gran importancia; el Congreso reanudó sus sesiones en mayo de 1908.
A nivel interno, durante la presidencia de Figueroa Alcorta se construyeron en las provincias y territorios canales, puentes, caminos, diques, obras de riego, etcétera. Fue inaugurado el palacio del Congreso y en mayo de 1906 se realizaron allí sesiones legislativas. En el curso de cuatro años los ferrocarriles tuvieron un aumento de siete mil kilómetros. El crecimiento urbano de la capital prosiguió y, al llegar el Centenario de la Independencia, Buenos Aires era una de las grandes ciudades del mundo.
La explotación de recién descubiertos yacimientos petrolíferos fue otro de los hechos destacados del periodo. El 13 de diciembre de 1907, mientras se realizaban trabajos de perforación en busca de agua en Comodoro Rivadavia por encargo de la División de Minas, Geología e Hidrología, los responsables de las tareas, J. Fuch y Humberto Behin, hallaron a 535 metros de profundidad una capa de petróleo. Desde entonces hasta 1910 se perforaron cinco pozos. En la Exposición del Centenario se presentó una gran caldera que funcionaba con petróleo argentino; el mismo año se promulgó la ley de reservas, que abarcaba una zona de cinco mil hectáreas.
En política exterior, el presidente Figueroa Alcorta tuvo que hacer frente a varios conflictos internacionales. Uno de ellos fue la ruptura de relaciones con Bolivia, en julio de 1909. De acuerdo con el tratado entre Perú y Bolivia del 30 de diciembre de 1902, ambos países habían aceptado someter el pleito al arbitraje del gobierno argentino para resolver una vieja cuestión de límites. Ésta fue sometida a una comisión asesora del gobierno argentino, pero el laudo fue rechazado por el Congreso y el gobierno de Bolivia, por considerar que no les era favorable. En La Paz y otras ciudades del Altiplano se produjeron demostraciones hostiles en las calles y la legación argentina fue apedreada. El gobierno argentino retiró inmediatamente a su delegado en Bolivia y entregó los pasaportes al representante boliviano en Buenos Aires. Las relaciones diplomáticas no se restablecieron hasta enero de 1911, bajo el gobierno de Roque Sáenz Peña.
Otro serio problema se suscitó con Uruguay, en razón de divergencias sobre el alcance jurisdiccional en aguas del Río de la Plata, a raíz del cual se produjo un enfrentamiento entre los gobiernos argentino y uruguayo, a mediados de 1907. El conflicto tuvo mucha repercusión en la calle y suscitó amplias controversias en la prensa. Finalmente prevaleció en los gobernantes de los dos países un criterio ponderado y sereno; las relaciones se mantuvieron después de una gestión diplomática, de la que se encargó Roque Sáenz Peña. Por último se firmó un protocolo que puso fin a la cuestión el 5 de enero de 1910.
El titular de Relaciones Exteriores, Estanislao S. Zeballos, asistió desde su ministerio a un enfriamiento en las relaciones con los Estados Unidos, Brasil y Uruguay. Zeballos había llevado su nacionalismo pasional a la categoría de un argentinismo agresivo; pretendía militarizar el país y dominar por la fuerza las desavenencias con Brasil, según expresó en una carta del 27 de junio de 1908. Para hacer frente a esa eventualidad buscó la alianza con Chile y Uruguay, a fin de aislar a Brasil e imponerle la limitación de armamentos o la cesión de parte de su escuadra.
Un telegrama cifrado que había cursado el ministro a su embajador en Chile, y que Zeballos conservaba en secreto, fue dado a la publicidad y mostraba ciertos propósitos bélicos por parte de Brasil. Alarmados ambos países por estos hechos, el barón de Rio Branco demostró la falsedad del texto publicado y divulgó la clave secreta de su cancillería. Figueroa Alcorta tuvo que pedir la renuncia del ministro Zeballos, siendo designado para reemplazarlo Victorino de la Plaza. Con esto cedió la tensión internacional, aunque la cordialidad entre ambos países sólo se restableció plenamente bajo la presidencia de Sáenz Peña.
La sucesión presidencial
A mediados del año 1909, se hizo pública la candidatura de Roque Sáenz Peña a la presidencia de la República. Para proclamarla se formó la Unión Nacional, compuesta por mitristas, pellegrinistas, roquistas, oficialistas provinciales, fuerzas amparadas por el presidente y ciudadanos independientes como Ricardo Lavalle, que debía presidirla. Los representantes del "viejo régimen" se unieron para sostener esa candidatura, lo mismo que la del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Victorino de la Plaza.
En la oposición figuraba únicamente el Partido Republicano, a cuyo frente estaba Emilio Mitre, quien, al ver el triunfo aplastante de la Unión Nacional en la elección para senadores por la capital, abandonó la carrera electoral. Cuando Sáenz Peña aceptó su candidatura dijo: "Necesitamos crear al sufragante, sacándolo del oscuro rincón del egoísmo, a la luz vivificante de las deliberaciones populares". Las elecciones para la renovación de la presidencia se realizaron en abril de 1910.
El 12 de octubre de 1910, Figueroa Alcorta entregó el gobierno a su sucesor Roque Sáenz Peña. Después de un breve descanso en su hogar y de un viaje de recreo a España en 1911, el nuevo presidente Sáenz Peña le encomendó la embajada extraordinaria para representar a la Argentina en el Centenario de las Cortes de Cádiz y de la Constitución Liberal de 1812. Con ello se retribuía también la visita de la infanta Isabel; Alcorta fue recibido por el rey Alfonso XIII.
Al regresar al país se dedicó a su profesión de abogado; en 1915 quedó vacante un cargo de ministro de la Suprema Corte y el entonces presidente Victorino de la Plaza lo designó para ocuparla, previo acuerdo con el Senado. Figueroa Alcorta se abstuvo de toda participación política y se dedicó desde el alto tribunal a su función específica. Falleció el 27 de diciembre de 1931, a los 71 años #AntesDeSerCalle
Fuente: Figueroa Alcorta: El hombre de los tres poderes (Guada Aballe) //
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