La calle nace como continuación de calle Misiones y se extiende hasta el 2400 al topar con la arteria Zacagnini. Parque Luro, Constitución y Zacagnini son los barrios que forma parte. La sanción de la ordenanza que le impuso el nombre es de noviembre de 1959 y dice textualmente: “Designa con el nombre de Fray Mamerto Esquiú a la calle 122, continuación de Misiones, de Río Negro hasta el mar.” Ya desde el comienzo tiene un error, ya que esa arteria no llega hasta la costa porque se interrumpe antes con la mencionada Zacagnini.
Nació en la localidad de Piedra Blanca, provincia de Catamarca, el 11 de mayo de 1826. Fue hijo de don Santiago Esquiú y Doña María de las Nieves Medina.
Le fue conferido el bautismo el 19 del mismo mes ya que el pequeño niño nació delicado de salud. Se le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión, en homenaje a San Mamerto, en cuya festividad había nacido, y el misterio de la ascensión del Señor, que ese año había caído el mismo día.
El hábito de San Francisco
En torno al año 1831, Mamerto continuaba estando en un estado de salud muy delicado. Sus padres, en la medida de sus posibilidades habían agotado todos los recursos de la ciencia médica. Doña María de las Nieves hizo entonces una promesa que sería de trascendental importancia en la vida de su ilustre hijo: vestir al niño con el hábito de San Francisco todos los días. El pequeño Mamerto se vio enteramente recuperado al poco tiempo. La madre, agradecida a su santo protector, se apresuró a cumplir su promesa, y como no tenía una tela apropiada, ni las facilidades suficientes como para conseguirla, pidió al padre franciscano que había bautizado a su hijo, un hábito viejo que ya no usara para refaccionarlo y que le quedara al niño. Este fue el primer hábito que Fray Mamerto Esquiú usó y el único ya que lo llevó desde los cinco años de edad hasta el día de su muerte. Podría decirse que había nacido para el hábito franciscano.
Esquiú amó desde ese momento la vestimenta de sarga cenicienta y pobre que identifica a los hijos de San Francisco de Asís, y no la dejó en toda su vida, ni siquiera siendo obispo. Se cuenta de él que, siendo niño pequeño, al verse despojado un día de su hábito de "frailecito" se echó a llorar y lloró y suplicó con lágrimas que se lo devolvieran. Siendo ya obispo, se gloriaba de llevarlo siempre y candorosamente decía: "Soy tal vez el único mortal que no ha llevado sobre sus carnes otra vestimenta que el hábito de San Francisco. Lo he llevado toda mi vida y espero ha de ser la última mortaja que cubra mis despojos, después de mi muerte.
Todo lo que soy y lo que valgo, si es que valgo alguna cosa, lo debo, después de Dios, al hábito de mi padre San Francisco".
Su ordenación sacerdotal
El día 31 de mayo de 1836, siendo aún un niño, ingresó definitivamente al Convento de San Francisco, el entonces huérfano de madre Mamerto Esquiú. Anteriormente había cursado estudios de latín y humanidades. Luego comenzó la asignatura de Filosofía. Desde el año 1841 al 43, hizo el curso de Teología y Derecho Canónico. terminó toda la carrera de sus estudios con notas sobresalientes, en todos los ramos, cuando sólo contaba la edad de 17 años y algunos meses.
Cinco años tuvo que esperar, después de terminar sus estudios, para recibir las órdenes sagradas y conseguir el sacerdocio, y habrían sido siete de no habérsele dispensado dos años. Su ordenación sacerdotal se efectuó el 18 de octubre de 1848.
Esquiú como maestro
Antes de ser ordenado sacerdote, el joven Esquiú por disposición de los superiores franciscanos se dedicó a la docencia. En el año 1844 es nombrado maestro de niños en la vieja escuela de San Francisco, que desde hacía treinta años era dirigida por el meritísimo educacionista de primera enseñanza, Fray José Archeverros. Poco tiempo después sus superiores le designan catedrático de Filosofía y Teología. En todos estos oficios brilló con luz propia, según los testimonios unánimes de sus contemporáneos, que aseguran que Esquiú fue uno de los mejores profesores de su tiempo. Dice otro contemporáneo suyo que "era un maestro bien formado por su ciencia, por su cultura, por su seriedad y discreción, se adelantó a las máximas de la pedagogía moderna".
Esquiú constitucionalista
Corría el año 1853. Después de una larga y cruenta guerra civil, se promulgaba la Constitución y se preparaba el establecimiento de un orden, de paz y de progreso. En medio de la zozobra en que se había sancionado la nueva Constitución, se trataba ahora de serenar los espíritus, a pesar de los defectos que se señalaban, su pena de volver al desorden y a la anarquía. Cada provincia, al promulgarla, procura prestigiarla con la palabra autorizada de un orador de nota. El gobierno de Catamarca se dirige al Convento de San Francisco, y solicita al Padre Esquiú para predicar el sermón de circunstancia. El día 9 de julio de 1853, y ante las autoridades de toda la Provincia, Esquiú pronunció su célebre discurso. en ese sermón Esquiú dejó asentadas tantas verdades, enseñanzas tan luminosas y un cuerpo de doctrina jurídica y sociológica tan sólido, que muy bien pueden formarse de él y del otro discurso que pronunció al año siguiente que es su complemento, con motivo de la instalación de las autoridades nacionales, todo un trabajo de sociología cristiana y hasta de historia política.
El famoso sermón fue publicado por disposición de las autoridades de la Nación, dándole renombre al notable orador catamarqueño.
El gobierno de la Confederación Argentina solicitó datos biográficos del Padre Esquiú, y sus hermanos franciscanos, padres Achával y Pesado, escribieron lo siguiente: "Esquiú es un apóstol en el ejercicio de la Confesión e infatigable en la asistencia de los enfermos".
Con la precisa frase de San Pablo afirmaban: "Se hace todo para todos", significando que se daba íntegramente a los demás. Tenía 28 años y deseaba positivamente vivir "desconocido e ignorado".
El obispo de Córdoba
Fray Mamerto Esquiú fue consagrado obispo de Córdoba el día 12 de diciembre de 1880, y tomó posesión de su sede episcopal el día 16 de enero del año siguiente. Siempre creyó no corresponderle la dignidad episcopal.
El mismo lo deja estampado en su diario personal. En la Catedral pronunció una breve homilía que causó honda impresión. Con humildad de santo, habló de sí para rebajarse. Jamás se había oído en Córdoba algo semejante. Preguntábase con enorme sinceridad; si el haber sido elevado a la dignidad de obispo sería para su salvación o su condenación. Proponía dedicarse por entero a su pueblo: "Me gusta la soledad y una vida retirada; sin embargo, mientras tenga fuerzas me veréis siempre inquieto de una a otra parte, solícito del bien de todos." Se juzgaba obligado a amarlos como hijos.
El primer año de gobierno, que fue de organización y de ejemplar actividad, lo pasó en la ciudad.
Todas las mañanas celebraba misa. Un día era en la capilla de la cárcel; otro en la del asilo de mendigos; otro, en el hospital. Su caridad le llevaba con preferencia hacia los más desgraciados y hacia los que más necesitaban de una palabra de amor. Su casa era una romería de gente de todas las clases sociales, esencialmente de pobres, a quienes repartía personalmente su dinero y limosnas. A veces llenaban el patio de su residencia y ocupaban las aceras y la calle. Los pobres no solían conformarse con el dinero y el pan que les repartían, sino que solicitaban su bendición y la palabra del Obispo. Muchas veces el pobrerío incomodaba a los vecinos, dando lugar a que su ferviente caridad fuera criticada.
El segundo año de gobierno lo dedicó a la campaña, llevando una vida verdaderamente apostólica y misionera a todos los curatos. En los meses de enero febrero y marzo de 1882, visitó las parroquias de Tulumba, donde colocó la piedra fundamental del nuevo templo. Realizó una misión de nueve días, imponiendo el sacramento de Confirmación a más de mil personas. Posteriormente lo hizo en San José de la Domida, donde bendijo el actual templo.
Siguieron las visitas pastorales a Villa de María de Río Seco y Quilino, donde misionó y confirmó a numerosísimos fieles. A mediados del mismo año se trasladó a la región del sur de Córdoba, donde visitó numerosas parroquias y capillas en varios departamentos, entre ellas: Villa de la Concepción, Villa Nueva, Ballesteros, Bell Ville, Capilla de San Antonio, Sacanta, Arroyito, etc.
Durante todas las misiones realizadas en los curatos del interior, Esquiú fue acompañado por los misioneros jesuitas Félix Dalmau y Luis Feliú.
La muerte del siervo de Dios
El Santo Obispo Esquiú falleció el día 10 de Enero de 1883, en la Posta “El Suncho” (Pcia. De Catamarca). Para ello nada mejor que hacer revivir las tristes noticias que daba la prensa de aquella época:
“Ha muerto no sólo un gran pastor, sino un gran hombre, que iluminó con sus prodigiosos talentos y con la luz de sus conocimientos profundos, el claustro, la Cátedra Sagrada [...] el humilde entre los humildes, que vivía más humildemente aún, ha expirado en un lugar humilde, solitario, privado de todo recurso, rodeado por el misterioso silencio del desierto” (El Eco de Córdoba, 12-1-1883).
“Los buenos se van y cuando los buenos se van es porque algo serio nos prepara la providencia para los malos” (El Ferrocarril, Mendoza, 31-3-1883).
“La humildad, la pobreza, el desinterés, la castidad, el sacrificio, el amor al prójimo, la obediencia; las privaciones y los dolores impuestos a su existencia física. Todo ese conjunto que ha prescripto el rito y que pocos tienen presente, estaba encarnado en el fraile catamarqueño” (El Diario de Buenos Aires, 31-1-1883)