Aristóbulo del Valle nació en Dolores, provincia de Buenos Aires, el 15 de marzo de 1845; sus padres fueron, el coronel Narciso del Valle, quien fuera edecán de Juan Manuel de Rosas, e Isabel Valdivieso Correa. Joven aún, a los 21 años, empezó a actuar en política, en las filas del partido denominado de los “crudos”, base del Autonomista, descollando desde el comienzo como orador y publicista.
Su homenaje se lo encuentra en la calle 119 desde 1911 formando parte de los barrios Lomas de Stella Maris y Leandro N Alem. Va del 2300 (costa, avenida Patricio Peralta Ramos) hasta 4000 (Almafuerte)
Había iniciado sus estudios de abogado en la Universidad de Buenos Aires, cuando debió interrumpirlos en 1865, para tomar las armas contra Paraguay. De regreso de aquella campaña, prosiguió sus interrumpidos estudios, obteniendo el título de doctor en derecho con notas sobresalientes, descollando entre sus condiscípulos por su contracción al estudio y su talento.
Electo diputado nacional en 1870, a la edad de 23 años, demostró en las sesiones de la Cámara, las brillantes condiciones oratorias que poseía. En 1874, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, coronel Alvaro Barros, le nombro su Ministro de Gobierno; desempeñando igual cargo en la administración de Carlos Casares. En 1876 renunció a aquel cargo por haber sido elegido senador nacional, siendo reemplazado por el Dr. Vicente G. Quesada. Producida la escisión en el partido político que dirigía el doctor Adolfo Alsina, se formó el partido republicano, en cuyas filas se enrolaron todos aquellos que no simpatizaban con la política de conciliación iniciada por aquél. Del Valle formó en este último, y fue candidato al gobierno de la provincia de su nacimiento.
En 1880 fue elegido Presidente provisional de la Cámara de Senadores, y en la sesión del 31 de agosto, se procedió a elegir presidente para los casos de acefalia, dando el siguiente resultado: Del Viso, 11; Del Valle, 8; Villanueva, 1. Fue, por lo tanto, designado el Dr. Del Viso, para presidir la Cámara en reemplazo de Del Valle. Este último había concurrido el día 24 de junio de aquel año a la entrevista a la cual invitó el Presidente de la República, Dr. Avellaneda, en su despacho presidencial de Belgrano, y a la que concurrieron otras importantes personalidades del país, entrevista a raíz de la cual, el Primer Magistrado de referencia, envió al día siguiente su renuncia al Congreso, la que no fue aceptada.
Del Valle también había hecho gestiones patrióticas con anterioridad al estallido revolucionario para evitarlo, pero sin conseguirlo. Fueron inútiles sus patrióticas gestiones y ante esta evidencia, prestó apoyo al Gobierno en forma firme y decidida. Esta circunstancia estrechó su amistad con el presidente Avellaneda y cuando éste murió, el 25 de noviembre de 1885, a bordo del vapor “Congo”, la suerte quiso que el Dr. Del Valle viajase en el mismo buque, y que fuese uno de los que ayudó a envolver el cuerpo inanimado del ex-presidente con la bandera de la Patria.
La proximidad de un nuevo período presidencial, motivó una lucha política vigorosa entre los partidarios del Dr. Juárez Celman, apoyado por el presidente Roca, y sus opositores que formaban tres bandos distintos, cada uno con candidatos propios, que lo eran los doctores Bernardo de Irigoyen, Gorostiaga y Dardo Rocha; Del Valle que había militado con este último en las filas del partido republicano, apoyó su candidatura, pero ante el peligro de una derrota, renunció al candidato de sus afecciones, para trabajar por la unión de todas esas fuerzas con la candidatura del Dr. Manuel Ocampo. Fue aquélla una de las luchas más bellas que presentó la democracia argentina, al final de la cual, a pesar de la oposición, ésta se sometió con entereza cívica al fallo de las urnas, aceptando el gobierno del Dr. Juárez Celman, no obstante los vicios de su elección, habiendo contribuido a este resultado los elementos oficiales.
Desde su banca de senador, fue el Dr. Aristóbulo del Valle, el más fuerte opositor del nuevo Presidente, contribuyendo con sus valientes y hermosos discursos a alentar y robustecer a los partidos opositores. Soportó la República durante el gobierno juarista una verdadera crisis política; el engrandecimiento y la abundancia fomentados por la riqueza y el crédito del país, del que se abusó en una forma desorbitada, produjeron una completa relajación en las virtudes cívicas; los negocios azarosos, cimentados con el dinero de los bancos oficiales, hicieron olvidar a la juventud sus deberes ciudadanos. El afán de lucro y del juego fueron la característica de aquella época de oprobio. La oposición política compuesta por una amalgama de partidos con ideales y aspiraciones diferentes, se disgregó poco tiempo después de la elección de Juárez Celman. Sólo las voces poderosas del Dr. Del Valle y de otros miembros del Senado y Cámara de Diputados, revelaban la existencia de vida política.
En tales circunstancias surgió un nuevo partido formado por los jóvenes sin antecedentes ni actuación política, denominado Unión Cívica; alrededor de ese núcleo insignificante, con tesón meritorio, se constituyó poco a poco, día por día, despertando una a una las conciencias adormecidas de la juventud, un poderoso partido político. Reclutado ya un buen ejército de jóvenes soldados, los iniciadores del movimiento se consideraron sin fuerzas suficientes para impulsarlo en todo el país, y fueron entonces a golpear las puertas de los viejos patricios y de los luchadores avezados pidiéndoles encabezaran el movimiento.
El 1º de octubre de 1889 tuvo lugar el primer meeting de protesta de la juventud, en el Jardín Florida, y dio oportunidad al Dr. Del Valle para improvisar una arenga elocuente y entusiasta. Desde entonces éste último actuó en primera fila y fue uno de los principales directores de ese gran movimiento de opinión, tomando parte activa en el movimiento revolucionario de julio de 1890, dirigiéndose personalmente a los cuarteles, para garantizar a la oficialidad comprometida, con su propia persona, la autoridad de la Junta Revolucionaria.
Terminados aquellos sucesos y vuelta la Nación a una calma relativa, el Dr. Del Valle fue electo nuevamente senador nacional, y tuvo oportunidad de pronunciar un brillante discurso sosteniendo los principios de la revolución en que desempeñara tan importante papel. Producida la división en el Partido de la Unión Cívica, Del Valle, que consideraba con razón la imposibilidad del triunfo sin la unión, presentó su renuncia de la banca de senador y alejado de las luchas de banderías, se consagró al estudio.
El gobierno del Dr. Luis Sáenz Peña, caracterizado por sus incertidumbres, sus vacilaciones y sus actos de atrabiliaria energía, sintiéndose vacilante y sin apoyo solicitó el concurso del Dr. Del Valle, aconsejado el Presidente por el Dr. Pellegrini. Acudió aquél en apoyo del gobierno, entre los reproches del Partido Cívico Radical, la expectativa de la fracción mitrista, y el temor de los autonomistas. Los pueblos de la República, luchaban en secreta ansia por derrocar a los gobernantes ligados al presidente renunciante, y en el corto período ministerial del Dr. Del Valle se produjeron violentas conmociones, que en vano procuró moderar, y que le dieron ocasión para pronunciar un notable discurso con motivo del derrocamiento del gobernador de Santa Fe, en que analizó y condenó con frases elocuentes y lapidarias, los actos de esos gobernantes de círculo, que convertían al Estado en su propiedad y la de sus allegados, consiguiendo imponerse con su enérgica elocuencia a las cámaras, que eran completamente enemigas entre sí, en condiciones de chocar para apoderarse de esta última situación. Del Valle pidió se le nombrara interventor en esa provincia como testimonio de confianza en su persona; el presidente Sáenz Peña trabajado ya por otras influencias, no aceptó y el 17 de julio de 1893 renuncia al ministerio, siendo acompañados hasta sus domicilios los ministros Del Valle y Demaría por un grupo numeroso de ciudadanos entre aclamaciones y vítores.
Aquellos agitadísimos días, en que el Dr. Del Valle desarrolló todo el poder de su elocuencia extraordinaria, toda su poderosa energía para dominar desde el ministerio al Gobierno, a las Cámaras y al pueblo, imponiéndose a unos, moderando los arranques de los otros, fueron los últimos de su actuación política. En aquel momento era acaso el dueño de la situación y parece no le faltaron incitaciones para lanzarlo en el camino de un golpe de Estado, pero él se sobrepuso noblemente a ellas, prefiriendo el retiro a envolver al país en nuevas y cruentas guerras civiles y también esclavo de su palabra empeñada al Presidente de la República; él había recibido el mando del Dr. Sáenz Peña y no quería abusar de la fuerza adquirida.
El Dr. Del Valle continuó predicando cuanta vez encontraba una oportunidad para ello la unión de todos los opositores, para combatir así los gobiernos impuestos por pequeños círculos. La personalidad intelectual del doctor Del Valle, es una de las más brillantes de su generación; la prensa, la enseñanza y las artes tuvieron en él un cultor inteligente. Poseía una hermosa galería de cuadros y era un amateur apasionado y conocedor.
Ha publicado numerosos folletos conteniendo importantes trabajos jurídicos. En sus últimos días dictaba la cátedra de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires, dictando un curso brillante; había comenzado a escribir una obra de gran importancia sobre aquella materia, sorprendiéndole la muerte cuando escribía uno de los capítulos de su libro. “El atleta de la palabra –dice un biógrafo- fue derrocado por la muerte, en medio de sus labores, de una manera repentina y trágica, abandonando el mundo con un arranque de desesperación, como si hubiese querido sofocar aquella muerte encerrada en su pecho, el día 29 de enero de 1896”.
La muerte de Dr. Aristóbulo del Valle fue un duelo nacional; era la desaparición de la voz más poderosa que se ha escuchado en el Parlamento argentino. Su bizarra figura favorecía aún más, sus dotes de orador.
El diario “La Razón”, recordando el 29 de enero de 1933 el fallecimiento del insuperable tribuno, recordaba en el Dr. Del Valle:
“…..Uno de los cerebros más brillantes y armoniosamente organizados que haya producido la República desde hace cincuenta años.
Orador parlamentario y tribuno no igualado hasta ahora por las nuevas generaciones, que a su elocuencia soberana y arrebatadora unía una vasta cultura clásica en todos los órdenes de la literatura, había nutrido su espíritu en las obras de los grandes maestros de Grecia y de Roma, en jurisprudencia, historia, filosofía, oratoria y poesía y disciplinado su inteligencia en un plano superior, con un decoro y una dignidad ejemplar.
Las instituciones inglesas y norteamericanas que conocía a fondo completaban su erudición, sirviéndole para interpretar las nuestras, en su letra y espíritu e iluminarlas facilitando su comprensión.
Un gran sentimiento artístico innato en él, lo llevó a convertir su casa en un museo, reuniendo las obras más selectas de pintura y escultura de todas las escuelas, inclinando su preferencia en sus últimos años a los clásicos. Sus cuadros constituyeron su mayor deleite, y fueron refugio para el descanso y el olvido de los tormentos que agitaron su existencia.
Su culto a la belleza dio relieve a todas sus actitudes y enemigo del concepto hiriente o del vocablo vulgar, en las lides parlamentarias y en la tribuna popular jamás de sus labios brotaron un agravio ni una ofensa para el adversario, fincando la eficacia de su palabra en el razonamiento límpido y en la pasión elevada y sincera con que afrontaba los debates, aún en las horas más culminantes y hasta trágicas de la política argentina.
En el Parlamento todas las ideas liberales tuvieron en él, un denodado defensor y cuando hubo de reclamar de gobiernos y de partidos justicia, honestidad y respeto humano, sus discursos fueron otras tantas joyas de oro purísimo y de brillantes de primer agua.
En la tribuna popular, como luchador y como hombre de acción, en lo más ardoroso del combate, no alteró la característica bondadosa de su individualidad, aunque le tocara actuar en horas bravías de nuestra democracia inorgánica cuando había de jugarse por entero aceptando todas las responsabilidades, en todos los terrenos, mismo en el de la violencia, pero una vez disipada la tormenta, retomar los atributos amables que conquistaban las simpatías de sus más encarnizados adversarios”.
El Dr. Del Valle también actuó con brillo en el periodismo al lado de Sarmiento, en El Nacional, en cuyas columnas quedaron registrados artículos elocuentes, reveladores de la incomparable inteligencia de aquel Príncipe de la Elocuencia.
En la Guerra del Paraguay, el Dr. Aristóbulo del Valle formó parte en clase de oficial de Guardias Nacionales de la Compañía de Cazadores del Batallón 3º de Infantería de Línea hallándose en el asalto y toma de la ciudad de Corrientes, el 25 de mayo de 1865; en la batalla de Yatay, el 17 de agosto; en la rendición de Uruguayana, el 18 de setiembre del mismo año, y en otros hechos de armas de menor importancia; así como en las cálidas acciones de guerra del año siguiente, destacándose en todas partes por su bravura y su actividad e inteligencia.
Fuentes: Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (Vicente Cutolo) // Efemérides –Patricios de Vuelta de Obligado // Portal www.revisionistas.com.ar // Biografías argentinas y sudamericanas (Jacinto Yaben).