La calle que recuerda a este hombre del tango se extiende del 9800 (Presidente Perón – Ruta 88) al 10.000. La zona donde se extienden estas dos cuadras no tienen un barrio definido.
Descubramos quién fue
José Ángel Lomio, tal su nombre verdadero, nació el 22 de octubre de 1904 en el barrio porteños de Parque de los Patricios, donde concurrió a la escuela primaria y parcialmente a la escuela secundaria. De pibe, tornero en el frigorífico "La Negra", para a partir de esa experiencia, convencido de lo suyo, largarse a su profesión de ruiseñor.
Luego sobrevino un fracaso matrimonial del que nació su hijo Rodolfo Salvador Lomio. Posteriormente, actuando en el Club Estudiantes de Villa Devoto, conoció a Ana María Salomón, y gracias al tango y al baile encontraron el camino en el que la vida los unió, a pesar de la diferencia de doce años con que Ángel superaba en edad a su compañera.
Ana María fue para el cantor una compañera excepcional que estaba presente en todos los detalles, desde los más ríspidos a los más sencillos, como el arreglo final del pañuelo en el bolsillo del saco antes de ingresar a cantar.
De esa unión nacieron tres hijos: Ana María, José Ángel y Julio Mario, éste último nacido once meses antes del fallecimiento de su padre.
Llegaron años de privaciones y estrecheces, que fueron superadas con mucho sacrificio y una estrecha unión familiar que logró evitar la enajenación de sus bienes. Luego, aunque no volvieron a alcanzar el nivel económico anterior, pudieron mantener la memoria de Angelito Vargas dentro de un ámbito respetable.
Ana María Salomón sobrevivió a Angelito doce años, falleciendo el 23 de enero de 1971, y a partir de entonces ambos siguen juntos en el último descanso, como deben estar sus almas unidas en la eternidad.
La familia de Ángel Vargas siempre estuvo abrazada por el recuerdo de un hombre que los amó aun sin estar junto a ellos "en cuerpo presente".
En momentos en que el tango lucía todo el esplendor de sus orquestas, cuando la muerte de Gardel había producido una acefalia en el primer puesto de las voces tangueras, y varios cantantes venían empujando para consolidarse como sucesores de ese liderazgo, aparece, poco antes del cuarenta, Ángel Vargas, con su primer seudónimo, Carlos Vargas, con el que dejó algunas grabaciones, principalmente en la Orquesta Típica Víctor.
Aquellas voces que empezaban a surgir, como las de Oscar Alonso o Héctor Mauré, se destacaban por la potencia y la indudable influencia que la escuela gardeliana.
José Lomio, intentó no quedar afuera del gusto popular, aplicando toda la fuerza y toda la garra de que era capaz en el momento de dejar registrados sus temas. Dicen que en el sello Víctor los técnicos le observaron que era imposible poder supervisar el desarrollo de la grabación, dada la estridencia y lo agudo de sus registros.
Su carrera artística
Se produce su debut en 1930 en el Café Marzotto, con la orquesta típica Lando-Matino, y aunque era en el horario de 13 a 17, Vargas sintió ese temblor que la responsabilidad de su primera incursión en la escena tanguera ponía en sus rodillas mientras subía los peldaños del palco.
Casi inmediatamente cantó con la orquesta de Augusto P. Berto. Luego, en 1932, con la orquesta D´Agostino-Mazzeo, para seguir con Ángel D´Agostino hasta 1946. A partir de ese años prosiguió como solista con las orquestas de Eduardo del Piano (1947-50), Armando Lacava (1951-54), el Trío Alejandro Scarpino (1954-55), Edelmiro "Toto" D´Amario (1955-58), Luis Stazo (1958), y José Libertella (1959).
Algunos detalles del mundo tanguero
Ángel Vargas no incluyó en su repertorio ninguna obra de Enrique Santos Discepolo. Tampoco pudo dejar temas grabados de sus primeras actuaciones con Eduardo Attadía en 1934.
Hay un tango que Ángel Vargas grabó con Eduardo del Piano el 27 de septiembre 1948, titulado "A los muchachos" con música de José Ranieri y letra de Julián Centeya, que es el mismo que grabó el 17 de marzo de 1943 Roberto Rufino con Carlos Di Sarli, con el nombre de "Pa los muchachos".
En los primeros tiempos –podemos situarnos en 1934– con el acompañamiento de Ángel D´Agostino y Pascual Mazzeo, Vargas cerraba sus actuaciones con el tema de Francisco Canaro e Ivo Pelay "Te quiero".
Sin embargo, años más tarde su caballito de batalla era el tango "Muchacho", con música de Edgardo Donato y letra de Celedonio Esteban Flores.
Su seudónimo está inspirado en el escritor colombiano José María Vargas Vila, primero como Carlos Vargas, y devenido en Ángel Vargas cuando tenía veintitrés años, es decir, en 1927.
Y a propósito de Vargas Vila, en 1924 era popularísimo en nuestro país, tanto es así que se decidió a visitarlo, pero su estadía fue ignorada olímpicamente por la sociedad porteña. Solamente el doctor Alfredo Palacios le hizo los honores que correspondían a tan grande personalidad. El escritor se marchó indignado, llamando a Buenos Aires "bluffsópolis", "esnobópolis".
El primer tema cantado con Ángel D´Agostino en el Teatro Cómico, en 1932, fue el tango de Carlos Gardel y Manuel Romero –en música y letra respectivamente– "Tomo y Obligo".
La primera orquesta de Ángel Vargas, dirigida por el bandoneonista Eduardo del Piano, se integraba con los bandoneones de Salvador Cascote, Jacinto Nievas y Horacio Gollino; los violines de Víctor Felice, Alberto Del Mónaco, Juan Eingia y Floreal Zanola; el contrabajo de José Fava y el piano a cargo de Oscar Grimaldi. En la dirección, orquestación y primer bandoneón, Eduardo Del Piano. Muchos de estos integrantes componían la orquesta del maestro Ángel D´Agostino.
Sin duda, como queda dicho, el binomio de los Ángeles –D´Agostino/Vargas– fue sin lugar a ninguna duda el mejor dúo que tuvo el tango en su época de esplendor, solamente comparable a ese otro par indispensable que fueron Troilo-Fiorentino.
Era tal la cantidad de pedidos para sus actuaciones que los contratos debían preverse con más de seis meses de antelación. Esta demanda no sólo se daba con las orquestas y cantores indicados sino también, aunque en menor proporción, en casi todas las demás orquestas de tango, aunque con predominio de una media docena de ellas sobre las demás.
Su último tiempo
En julio de 1959 el médico de cabecera le indicó a Vargas que debía internarse para realizarle una operación quirúrgica. Se entendía que la misma era casi de rutina, de poca trascendencia, y que no se tornaría peligrosa para su existencia.
Pero ese mediodía del 7 de julio, luego de una exitosa operación en la que le habían extirpado un pulmón, Ángel Vargas nos dejaba para siempre.
Se tejieron versiones que hablaban de errores en el suministro de anestesia, y otras historias o contratiempos. Lo cierto, lo concreto, era que "El ruiseñor de las calles porteñas" había dejado de existir.
De aquel pibe de Parque Patricios, José Ángel Lomio, que tan magistralmente pintó Buenos Aires como el artista Ángel Vargas, quedaba su recuerdo y sus temas inmortales. Cuando en el relevo de las victrolas –los reproductores de discos compactos– nos acaricien el alma y los recuerdos cantándole a las "Tres esquinas", cuando veamos volar un ruiseñor en la ancha geografía de nuestra patria, pensemos que esa voz querendona y suave tiene nombre y apellido: Angelito Vargas #AntesDeSerCalle