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El último cacique poderoso de las pampas bonaerenses: Cipriano Catriel


Bajo la ordenanza 7523, el 12 de octubre de 1989, se sancionó la ordenanza 7523 por medio de la cual se le imponía el nombre a catorce calles del barrio Las Canteras, todos con nombres de Caciques: uno de ellos Cipriano Catriel. Nace 6200 en su intersección con avenida Centeno al 3600 (es la calle al sur del Complejo conocido como SOIP) en el barrio Las Canteras hasta la avenida Polonia; con el tiempo la arteria se extendió y reaparece con altura 9500 al 3600 de avenida Tetamanti (ya barrio Parque Palermo) hasta toparse con Canessa.


Víctima o traidor, según el lado desde el que se lo juzgue, Cipriano Catriel fue un personaje conflictivo y trágico; fue el último poderoso cacique de las pampas bonaerenses. Su nombre era Mari Ñancú, Diez Águilas. Estuvo al mando de su pueblo desde 1866, había nacido 29 años antes. En su época hizo una alianza para colaborar con la defensa del Estado Nacional frente a otras tribus. Era el tercer hijo del cacique principal Juan Catriel.

Antes de su doloroso final, en medio de un quiebre profundo del cacicazgo de los Catriel, Mari Ñancu siendo muy joven fue enviado por su padre –que lo reconocía como el más inteligente de sus hijos- para cubrir misiones diplomáticas en las tres plazas fuertes de la geopolítica pampena: Paraná, Buenos Aires y Salinas Grandes. Cipriano se hizo conocido de Urquiza, de Mitre, y de Calfucurá y su amplia red de caciques, así como de los comandantes de frontera.


Su vida fue agitada por las profundas transformaciones que tuvieron lugar como rebote de las guerras de la independencia, sobre todo después de la caída de Rosas. Sin dudas, las diatribas no terminaron con la última batalla de Ayacucho en 1824, lográndose la independencia de América del Sur. Antes bien, recrudecieron en todo el interior de las Provincias Unidas, camino de conformarse como Argentina.

Los ejércitos de Buenos Aires, hechos de tropas milicianas y de pocos expertos militares, combatían desde Mendoza y San Luis en la frontera sur, hasta el Noroeste y las regiones litorales. En este último caso, el imperio Brasileño pujaba por llevar a cabo una antigua aspiración portuguesa: llegar con sus límites hasta el río Paraná. Un universo de alianzas, intrigas y combates signó la geografía y el tiempo

Muchos historiadores contemporáneos han escrito páginas de crítica histórica respecto a esa imagen solidificada que los definía como los centauros de las pampas. Obviamente, esos historiadores jamás pusieron atención en lo que pasaba en el interior del país. Tomaron la frontera sur como imagen literaria.

Durante muchos años el desierto, que empezaba al sur de la provincia de Buenos Aires, era zona de dominio de los pueblos originarios. Lentamente los blancos habían comenzado a avanzar sobre esa frontera, buscando mejores tierras. En esa historia de avances y retrocesos se tejieron alianzas y se incubaron traiciones.

Lo cierto es que los pueblos originarios pampeanos fueron a pelear bajo el mando de sus capitanes, contra las tropas de Facundo Quiroga y otros caudillos del interior, ya fuesen federales o unitarios. Eran huestes dispuestas y de pelea firme. Unas veces luchaban bajo el mando de los federales. Otras veces, los mismos caciquillos y capitanejos lo hacían en el bando unitario.

La contrapartida de los gobiernos provinciales –y después del gobierno nacional- era entregar raciones de alimentos, especialmente vacunos, pagar salarios militares y firmar pactos reconociendo tierras. Esa política se denominó de “indios amigos”. La hizo Juan Manuel de Rosas y, después de algunas derrotas a manos indígenas, aprendió a realizarla Bartolomé Mitre.

Los acuerdos por contraprestación de favores militares llevaban también a que los caciques habilidosos en pactar con las autoridades nacionales fueran nombrados para custodiar las fronteras. Cipriano Catriel fue uno de ellos. Su inteligencia o visión de águila –como vaticinaba su nombre- le hizo comprender el tiempo. Fue ascendido a coronel del Ejército Argentino.

Fue un jefe sanguinario y cruel, que no quería por nada someterse a la autoridad nacional aunque finalmente la acató y se instaló con su gente en los campos de lo que hoy es la localidad de Azul. Según crónicas de la época, era un sujeto “hermoso y arrogante””. Llegó a tener casa de material con grandes ventanales, dormía entre sábanas y poseía cuenta bancaria.


En 1872 el cacique araucano Callfucurá organizó una Confederación de Tribus y lanzó una gran ofensiva contra los hombres blancos. Catriel, que estaba identificado con los cristianos, ya sea por convicción o por conveniencia, no dudó en sumarse a las fuerzas del general Ignacio Rivas para atacar a Calfucurá.

Hay documentos que cuentan que hizo fusilar a quienes se negaban a pelear contra su propia gente y que combatió en primera fila, jugándose la vida. Esta batalla, conocida como Batalla de Pichi-Carhué (o de San Carlos), librada el 8 de marzo de 1872 en la provincia de Buenos Aires, fue el principio del fin del imperio de las tribus de los pueblos originarios.

La muerte del Cacique

El 18 de Noviembre de 1874, las tropas al mando del Comandante Hilario Lagos, logran apresar al cacique Cipriano Catriel.

Las relaciones entre el gobierno y Catriel continuaron en buenos términos, aunque no faltaban trampas mutuas. En 1874 Bartolomé Mitre inició una revolución contra el electo Nicolás Avellaneda, alegando fraude electoral. Cipriano Catriel se alió con los hombres de Mitre, y su hermano Juan José con el gobierno.

La revolución fue derrotada y Mitre perdonado poco después, pero Catriel fue entregado a su hermano, con quien el odio los separaba. Traicionado por los blancos y juzgado por traidor, enfrentó así a la tribu: “Atropellen y no vayan a errar porque si vuelvo a tomar el mando, los haré fusilar”.

Cientos de lanzas se clavaron en su cuerpo en el de su secretario y lenguaraz oficial de las pampas, Santiago Avendaño. Posteriormente, Juan José firmó un pacto con los vencedores. Pero entre las cláusulas, debían abandonar sus posesiones en Azul y Olavarría, y marchar más allá de los límites patagónicos. La suerte estuvo echada.

De la mano de los hermanos Campos y del alsinismo, se descabezaron las comandancias de fronteras. Llegó la modernización y apareció Julio Argentino Roca, después de algunos años de desarrollar la zanja de Alsina. La modernidad significó: no más cacicazgos independientes. La frontera fue corrida hacia el sur y en virtud del uti possidetis iuris, la ocupación de derecho iba a coincidir con la ocupación de hecho. La política de exterminio impuso su alta modernidad. La Campaña al Desierto anticipada en la Ley 2015, comenzaba en 1874 #AntesDeSerCalle

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