Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1793. Perteneció a una familia tradicional y participó activamente en la vida política nacional del siglo XIX.
Sus padres eran argentinos, descienden de familias nobles. Los Ortiz de Rozas – verdadero apellido de su familia paterna – fueron ennoblecidos durante el reinado del Infante don Pelayo. Un tío bisabuelo suyo, el más tarde conde de Poblaciones, fue gobernador de Buenos Aires y presidente de Chile. Su padre fue administrador de los bienes de la Corona; y su abuelo materno, comandante general de la Campaña y jefe de la expedición a las Misiones.
Si su padre era manso y bondadoso, su madre doña Agustina, poseía carácter y, en grado máximo, energía.
Como sucede con otros nombres, el homenaje en las calles se repite dentro del Partido de General Pueyredon. En este caso con una arteria en la ciudad de Batán (barrio Las Charitas) como Brigadier General Juan Manuel de Rosas (calles 42 y 126 – Ord. Nº 9483) y como un Pasaje en el barrio Libertad, entre Balcarce y Av. Libertad desde calle Paraguay a Leguizamón.
Primer Gobierno de Juan Manuel de Rosas
El rechazo de la constitución, la guerra civil en el interior, la guerra y las negociaciones de paz con Brasil, la cuestión de la creación del Banco Nacional, la ley de capitalización de Buenos Aires, la fuerte inflación, el fracaso en generalizar el uso del papel moneda, llevan, en primer término a la renuncia del presidente Rivadavia.
El 12 de agosto de 1827, la Junta de Representantes elige al coronel Manuel Dorrego como gobernador de Buenos Aires. Un año más tarde, el 9 de diciembre de 1828 Dorrego es derrotado por las fuerzas golpistas en Navarro. Perseguido, es detenido al día siguiente y remitido al cuartel de Lavalle; al llegar, el día 13, le es comunicada la orden de fusilamiento, a ejecutar en una hora, dictada por Lavalle sin juicio previo.
Un análisis detenido permite distinguir un ciclo militar –de diciembre de 1828 a abril de 1829- que muestra la imposibilidad de una definición del conflicto por las armas, y un ciclo de negociaciones y acuerdos políticos –entre abril y diciembre de 1829-, que culminan en esa original resolución del enfrentamiento por el poder en el seno de la clase dominante de Buenos Aires que será el rosismo.
La asunción del gobierno por Rosas se realiza en un clima de euforia compartida por el conjunto de las clases sociales bonaerenses. Como dice Tulio Halperín Donghi “Rosas es el Restaurador de las Leyes.
Sin duda, esa restauración –como es usual- innova mucho más de lo que restaura. La euforia popular crece de inmediato en Buenos Aires, cuando algunos días después –20 y 21 de diciembre- se tributa un imponente homenaje fúnebre a Manuel Dorrego, cuyos restos son trasladados a la ciudad. Un testigo, Tomás Iriarte, anota: “Jamás se habían celebrado en Buenos Aires otras que fuesen tan suntuosas e imponentes”. El hecho no es trivial ni meramente anecdótico. Es la representación de la condición de heredero político de Dorrego que Rosas quiere revalidar. Es también una muestra del raro talento de Rosas para manejar símbolos en el teatro de la política.
El segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas
El 30 de junio de 1834, la Sala de Representantes elige gobernador propietario al brigadier general Juan Manuel de Rosas, que recientemente ha regresado de la expedición al desierto. La designación no incluye la suma del poder público o facultades extraordinarias. Rosas rechaza la designación.
La legislatura se resiste férreamente a consagrar institucionalmente la dictadura. Manuel Vicente Maza asume provisoriamente el 1º de octubre. Ella llegará acelerada por el azar, que ya ha sido favorable a Rosas cuando Lavalle fusiló a Dorrego.
Otra vez, como en 1828, la oportuna muerte de un jefe de prestigio entre las filas federales sirve de escalón para el ascenso del terrateniente bonaerense al poder. El 16 de febrero de 1835, el general Juan Facundo Quiroga es asesinado en el norte de la provincia de Córdoba, en Barranca Yaco.
La noticia es recibida con espanto en Buenos Aires, donde los federales inculpan a los unitarios.
Finalmente, los cuatro hermanos Reinafé, hacendados cordobeses, uno de los cuales es gobernador de su provincia, y Santos Pérez, autor material del crimen, serán condenados a muerte como responsables del hecho.
Maza renuncia a su interinato y el 7 de marzo de 1835 la Sala elige a Rosas como gobernador propietario con “toda la suma del poder público". El 13 de abril Rosas se hace cargo del gobierno de la provincia por segunda vez.
Comienza la dictadura. Una dictadura que llega respaldada por la movilización, la organización y la dirección de las clases subalternas urbanas y rurales de Buenos Aires. Primero y mejor que nadie, Juan Manuel de Rosas descubrió el secreto de utilizarlas para derrotara sus enemigos y adversarios sin comprometer su propia posición. En esta cuestión Rosas brilla a gran altura y su sagacidad y capacidad superan ampliamente a la de los hombres políticos de su época.
El orden
Entre las varias formas posibles de caracterizar a Rosas, tal vez la más adecuada sea la de hombre del orden. El orden es su obsesión tanto en la organización de sus estancias como en el ejercicio del gobierno y en la concepción política. La asociación no es casual, pues el mismo Rosas la expone en carta a Juan Facundo Quiroga (1º de diciembre de 1829): “Así como cuando queremos fundar un establecimiento de campo, lo primero son los trabajos preparativos de cercados, corrales, des- montes, rasar, etc.; así también para pensar en constituir la República, ha de pensarse antes en preparar los pueblos acostumbrándolos a la obediencia y al respeto de los gobiernos”.
Un cuarto de siglo después de la ruptura de la situación colonial, el país sigue sumido en la convulsión política, sin constituirse como estado y como nación. Rosas encarna mejor que nadie la necesidad imperiosa de los sectores dominantes de establecer orden para asegurar su poder económico y político. De allí también la apelación a la religión, a los valores del catolicismo apostólico romano, como otro elemento amalgamante.
Recuérdese que los adversarios políticos serán herejes, diabólicos. Cuando los federales bonaerenses se dividan, unos serán llamados apostólicos (los partidarios de Rosas, claro) y los otros cismáticos.
Manuel Oribe, general en jefe de los ejércitos de mar y tierra de la Confederación Argentina derrota a Juan Lavalle en Famaillá (Tucumán).
Lavalle huye y el 9 de octubre de 1841, una bala casual proveniente de una partida federal le causa la muerte en la casa de San Salvador de Jujuy donde se alojaba.
El general Pedernera y sus compañeros huyen hacia Bolivia con su cadáver, que, una semana después, deberá ser descarnado por el coronel Danell.
Los restos de Lavalle son sepultados en la Catedral de Potosí el 22 de octubre.
El color punzó
Divisas y banderas, casacas y ornamentos dan testimonio de una época donde el color asume un valor significativo en la vida política.
Si a ello se agrega una nutrida iconografía que, además de los medios habituales, utiliza cualquier soporte para comunicar sus mensajes (sombreros, guantes, peinetones, simples piedras) asistimos a uno de los momentos donde lo visual adquiere una importancia insoslayable y casi irrepetible. Escribe Ramos Mejía (1907: 55/57/58) que la iconografía de Rosas “constituyó el medio más eficaz y popular a que recurrió la Federación para meter por los ojos la figura” de Juan Manuel de Rosas. “En esto, como en otras cosas, la Francia nos había transmitido su entusiasmo por la litografía, como elemento de difusión (…)
Su destino no fue el salón, sino la pulpería y las tiendas enciclopédicas del suburbio, el matadero y la campaña (…)
No hubo objeto de uso doméstico o público que no tuviera estampado un retrato, al óleo, al lápiz, a la acuarela o al pastel, en litografía, en daguerrotipo, en viñetas de imprenta, divisas, medallas, monedas o naipes. Los retratos al óleo no pasan de una docena. El número es reducido, porque el óleo no era un medio popular de propaganda y sólo llegaba al salón y a la oficina pública, escasamente frecuentados.”
Si como señala Habermas (2006: 32), la publicidad política, persigue la producción comunicativa de poder legítimo y el empleo manipulador del poder de los medios para conseguir la lealtad de las masas, podemos fechar el inicio de este proceso en abril de 1836, cuando se iza en el Fuerte de Buenos Aires una bandera con la inscripción: “¡Federación o Muerte! ¡Vivan los Federales! ¡Mueran los Unitarios!” (Pradere, 1914: 33).
Señala Jorge Myers (2002: 22/81/82) que “el discurso del rosismo se distingue por su notable capacidad de interpelar a sectores sociales grandemente dispares, por su pericia en el manejo de medios de comunicación muy distintos entre sí y por su eventual monopolización de todo el espacio público bonaerense y argentino (...) el principal valor a ser transmitido no debía ser el de la pluralidad de opiniones, sino el de la unanimidad de las mismas-convencidas como debían estar de que el orden vigente representaba el único camino a la realización plena del bien común (…) Es desde esta perspectiva (…) que puede entenderse mejor el origen de la relación entre el discurso articulado por Rosas sobre la ley y su insistencia para que se uniformara la vestimenta, cuyo elemento más notorio fue la exigencia de que todos los ciudadanos portaran el “cintillo punzó”, y de que todos (…) llevaran puesta alguna prenda roja”.
El objetivo buscado era facilitar la distinción entre aquellos que apoyaban al régimen y aquellos que no lo hacían: “el apoyo a Rosas y a su sistema de gobierno debía ser visible, como debía serlo por su parte la oposición”.
Tal profusión propagandística y la consiguiente politización de los sectores populares pareciera permitirle a Juan Bautista Alberdi (1852: 29/30), en una de sus obras más citadas, abjurar de la alfabetización popular: “La instrucción primaria dada al pueblo más bien fue perniciosa. ¿De qué sirvió al hombre del pueblo saber leer? De motivo para verse ingerido como instrumento en la gestión de la vida política, que no conocía; para instruirse en el veneno de la prensa electoral, que contamina y destruye en vez de ilustrar; para leer injurias, sofismas y proclamas de incendio, lo único que pica y estimula su curiosidad in- culta y grosera”. #AntesDeSerCalle
Bibliografía
Juan Bautista Alberdi (1852)
Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Bs.As. Imprenta Argentina.
Waldo Ansaldi (1986)
“La forja de un dictador: el caso de Juan Manuel de Rosas”. En Julio Labastida Martín del Campo. Dictaduras y dictadores. México, Siglo XXI.
Jorge Myers (2002)
Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista. Bs. As. Universidad Nacional de Quilmes). Pág. 22/81/82)
Pradere, Juan A. (1914)
Rosas. Su iconografía. Bs. As.
José María Ramos Mejía (1907)
Rosas y su tiempo. Bs. As. Félix Lajouane.
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