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Evaristo Carriego: la literatura en el tango

Actualizado: 6 may 2022


Evaristo Francisco Estanislao Carriego, conocido simplemente como Evaristo Carriego, nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883. Sin ser un hombre del tango, se encuentra presente en él de diversas maneras.


Los escenarios de arrabal y el sufrimiento de los habitantes de Buenos Aires fueron dibujados con palabras tras recorrer sus calles. Sus versos recorrieron los cafés de Buenos Aires, hablando de payadores, cafetines, guitarras y cantores; guapos, alcohol y sangre, conventillos, comadres, solteronas, patio y parras.


A Carriego hay que ubicarlo en la línea de tiempo junto a los que vivieron los protagonistas de la Guardia Vieja. Época añorada del tango, de mitos y leyendas, evocada en cientos de poemas y letras de tango, descripta por Carriego como testigo directo.


Conocer las letras de Carriego es meterse en el alma del arrabal, en el corazón de la viejecita que espera resignada la consumición de su destino, en la soledad de la costurerita que dio el mal paso. En un Buenos Aires con personajes que tienden a perdurar en la memoria del tango como piedra basal. De ese Buenos Aires salen los guapos, los patios con glicinas, las luces del centro que encandilan, los amores tiernos, los tanos y los gallegos, los músicos orejeros, los cafés. Espacio y tiempo mágico de la ciudad, registrada por Carriego, fuente de inspiración para los grandes poetas del tango.


Llama la atención como recurrentemente Buenos Aires rescata de la memoria a nuestro poeta, sin dejar de mencionar a la influencia que ejerce en Manzi o Discépolo: Jorge Luis Borges lo trae presente en una obra que publica en 1930.


Como si Buenos Aires no pudiera dejarlo en el olvido Eduardo Oscar Rovira, bandoneonísta, compositor, director y arreglador, lo trae nuevamente a nuestra conciencia tanguera componiendo un excelente tango que inmortalizará nada menos que Osvaldo Pugliese.

La última colaboración del poeta, fue publicada en el número de “Caras y Caretas” del 20 de abril de 1912.


El 5 de septiembre de 1968 se sancionó la ordenanza por la que se le impuso a la calle 61 bis el nombre del poeta Evaristo Carriego, en la zona sur de la ciudad. Se extiende entre la avenida De los Trabajadores y unos metros más al norte de la calle Malabia, son 12 cuadras en total. Todo en el barrio Punta Mogotes.


Nota publicada en Caras y Caretas el 16 de octubre de 1931


…“Perteneció Carriego a aquellos intelectuales idealistas de comienzos de este siglo que, como Leopoldo Lugones, José Ingenieros, Alfredo L. Palacios, Florencio Sánchez, Alberto Ghiraldo y otros, ponían su pluma o su palabra al servicio de nuevas doctrinas sociales. Conciliaban así la tendencia romántica de la generación anterior con la positivista, encarnada en los propagadores de los ideales de redención humana que trasuntan aquellas doctrinas.

Definida ya su vocación poética Carriego descendió con ella hasta el corazón mismo de los humildes, de los pobres, de los tristes, de los enfermos, y cantó sus miserias, sus angustias y sus dolores con sentida emoción de poeta y de hombre”…


Los tangos de Evaristo Carriego


Carriego llamó "misas" a sus poesías, es decir, mensajes, envíos, y las calificó de "herejes": apartadas de la recta opinión, anticipándose al rechazo de quienes pudieran no comprenderlas.

De su obra emana una sencilla religiosidad, un tono de rezo que lo hace precursor de Baldomero Fernández Moreno y de Homero Manzi. Poesías como "La vaca muerta", con sus humildes viejitos campesinos que la lloran, o letras como "Discepolín", que describe con tono dolorido lo grotesco de la vida, son oraciones al modo de Carriego.


Y las poesías que hablan de las novias encerradas, de los hombres poseedores de un secreto que a veces los hace llorar, o de la tristeza irreparable de la silla vacía, son a la vez plegaria y tango, si es que los grandes tangos no lo son, precisamente, por contener una plegaria.

El hombre es un ser religioso, y todo gran poeta es un oficiante de misterios sagrados: el de la vida y la muerte, el del amor y el desencuentro, el de la traición de Judas y el de la redención del buen ladrón, que son temas de los tangos de los dos Homeros, de Cátulo, de Contursi, de Bahr.


Carriego tiene un continuador mayor en Enrique Santos Discepolo, el poeta que sufrió el dolor de los demás para poder atestiguarlo, porque testigo significa mártir, como suele recordar Ernesto Sábato, tal vez sin percibir que habla también de sí mismo.

Tanto Leonardo Castellani, que en su eminencia de teólogo descalificó la obra "bastante tangusa" de Carriego, como Ezequiel Martínez Estrada, que desde su dignidad de maestro moral rechazó la vulgaridad que percibía en el tango, asumieron a su manera la misma actitud que inspiraba a Evaristo Carriego.

Porque los escritores, poetas o tangueros verdaderamente grandes son los que se encargan de dar testimonio, cada uno desde su personal carisma, de la espera, sinsabores y desdichas de los hombres.


La muerte lo encontró en Buenos Aires el 13 de octubre de 1912 #AntesDeSerCalle



Fuente: Nº 4 de la revista "Bondiguía" // Caras y Caretas // Historia del Tango

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