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Florentino Ameghino: el primer científico argentino


En Mar del Plata hay un barrio, una escuela, una escultura, una sala de Salud y –como no podía ser de otra manera- una calle que lleva el nombre de Florentino Ameghino. El barrio se lo encuentra al 10.000 de la avenida Luro donde también en esa zona se encuentra la escuela con su nombre. En tanto, su cara sale de las barrancas del paseo Adolfo Dávila (Punta Iglesias) mediante un monumento mandado a realizar por el intendente Camusso al escultor Rafael Radogna e inaugurado el 29 de noviembre de 1936.


En cuanto a la calle –y es a eso a lo que nos dedicamos en este humilde blog- son solamente cuatro cuadras las que llevan su nombre en la punta sudeste del barrio San Carlos. Es la primera hacia el norte de las calles paralelas a Juan B. Justo. Su nomenclatura se extiende del 200 (altura Alem al 4900) hasta el 800 (Altura avenida Juan B. Justo al 900).

Quién fue

Ameghino nació el 18 de septiembre de 1854, en Lujan, provincia de Buenos Aires.

Muchas falsas ideas han circulado sobre Ameghino, tanto en el pueblo en general como en los más selectos medios científicos, oscilando desde una infundada y casi mística adoración hasta el igualmente infundado denuesto. Esto solo ya lo hizo famoso en algún momento de la última parte de su vida, tanto como en los años que siguieron a su muerte que ocurrió el 6 de agosto de 1911, en la ciudad de La Plata.

Rostro tallado en piedra en el Paseo Adolfo Dávila

Cuando los hermanos Carlos y Florentino Ameghino iniciaron sus carreras, Florentino fue un oscuro maestro de escuela provincial, sin ninguna formación científica formal o educación superior. Carlos, su hermano menor, tuvo sólo la básica formación escolar. Sin embargo, ellos revolucionaron la geología de América del Sur, escribiendo uno de los más importantes capítulos de la historia de la Tierra. La contribución de Carlos probablemente es menos apreciada y conocida, aun hoy en día. Florentino nunca dejó de reconocer lo que debía a su querido hermano, pero fue él quien publicó los resultados de la investigación de ambos y por ello devino conocido como el gran científico. Tanto es así que "Ameghino" significó siempre Florentino. Florentino se dedicó primeramente a la "prehistoria" del Hombre Americano, equivocadamente empeñado en demostrar su antiquísimo origen de primates sudamericanos, y terminó por adentrarse en el estudio de las formaciones geológicas modernas -geológicamente hablando- de la pampa que contenían sus restos para, consecuentemente, derivar en el estudio de los mamíferos especialmente, pero con menor intensidad de todos los demás vertebrados que convivieron con ellos. Así se incrementó su particular interés sobre el origen de los sedimentos de lo que él reconoció como Formación Pampeana, incluyendo aquéllos no portadores de "su" pretendido hombre fósil, y que hoy reconocemos como más antiguos, pero de una génesis geológicamente relacionada a aquéllos, y que bien justificaron su inclusión en su Formación Pampeana.



Parafraseando a Dawkins, pareciera que el mundo está dividido entre cosas que parecen haber sido diseñadas por "alguien" (alas, ruedas de un automotor, corazones y televisiones), y cosas que simplemente aparecen por el "involuntario" trabajo de los fenómenos físicos (montañas y ríos, dunas de arena, y los sistemas solares). Ameghino, como Charles Darwin, se movió en la última de esas dos divisiones. Él siguió escubriendo, como lo hiciera Darwin, la manera por la que las autosuficientes leyes de la física hacen que las cosas "simplemente sucedan", y en la plenitud del tiempo geológico lleguen a imitar deliberados diseños.


Ese discurso publicado en el año 1882 fue prólogo de su libro "Filogenia" (1884), que despertó juicios tan justos como injustos, siguiendo la tendencia que en el mundo entero siguió su obra toda, y lamentablemente no solo por dotados críticos, sino por quienes eran y son legos absolutos u opositores por imitación de quienes siguen considerando su obra como una blasfemia, y a él como condenado al camino del Infierno _donde debe estar yaciendo en brazos de Lucifer, el príncipe de los ángeles rebeldes. Yo, como cristiano, y como Galileo, me cuesta creer que Dios, que nos concedió la gracia del sentido, de la razón y el intelecto haya pretendido que olvidemos su uso. Solo deseo terminar con este breve recordatorio haciendo mías las palabras de Víctor Mercante (Doctor Florentino Ameghino. Su vida y su obra): "Este hombre -y yo agrego, como su hermano Carlos-, consagrado durante cuarenta años al trabajo, a la investigación, al pensamiento; extraño a los halagos de la vida fácil, modesto, probo, sin envidias, sin odios, sin ambiciones que no fueran nobles, hijo de sus obras, como los grandes civilizadores, es el ejemplo más puro que podemos ofrecer de voluntad y dedicación a la juventud argentina _porque Ameghino como Sarmiento, es la escuela de los que se hacen (hicieron) solos", en un momento en que su formación académica universitaria en el campo de la Paleontología era imposible #AntesDeSerCalle

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