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Horacio Quiroga: el mejor escritor uruguayo de la literatura argentina

El 31 de diciembre de 1878 nació en Salto, Uruguay, Horacio Silvestre Quiroga Forteza, conocido simplemente como Horacio Quiroga.


A los dos meses de vida quedó huérfano de padre cuando por accidente murió de un escopetazo mientras había salido de caza. Su madre, Pastora Forteza se volvió a casar en 1891 con Mario Barcos quien, en 1896, quedó paralizado a raíz de un derrame cerebral. De casualidad, Horacio fue testigo del momento en que Barcos se volaba la cabeza, también de un disparo de escopeta.


La escritura, el ciclismo, la fotografía y la química estaban entre sus pasiones. Con la herencia del padrastro, viajó a París donde vivió un tiempo hasta que le llegó el desencanto volvió a Uruguay, solo con lo puesto.

En su país natal comenzó a escribir y a relacionarse con escritores e intelectuales. Su primer libro, Los arrecifes de coral, de 1901 se lo dedicó a Leopoldo Lugones, a quien admiraba desde que se deslumbró cuando leyó la Oda a la desnudez del poeta cordobés.


Pero ese 1901 sería otro año trágico. Dos hermanos murieron de fiebre tifoidea en el Chaco y, asistiendo en la limpieza de un revólver que su amigo Federico Ferrando usaría en un duelo con el periodista Germán Papini Zas, se le escapó un tiro que ingresó por la boca de Ferrando y lo mató.


Tras comprobar que había sido un accidente dejó Uruguay y se radicó en Argentina. Se empleó como profesor mientras que publicaba sus cuentos en diversos medios como Caras y Caretas, PBT, Tipos y Tipetes y el diario La Nación, entre otros.


Con una diagonal en el barrio Pinos de Anchorena la ciudad le hace tributo, son aproximadamente 400 metros que va desde la intersección de las calles Matheu y San Juan hasta Italia esquina Rodríguez Peña. Son dos tramos separados por una rotonda (Roberto Payró).

Compañero de Leopoldo Lugones e influenciado por Edgar Allan Poe, publicó en 1905 la breve novela Los perseguidos, mismo año en que Caras y Caretas daba a conocer su clásico cuento "El almohadón de plumas".


Horacio Quiroga ha marcado la literatura latinoamericana de los inicios del siglo XX con historias que encadenaron la naturaleza, la muerte, las enfermedades y el amor.


Su estadía en la selva misionera


Llegó a la selva misionera como fotógrafo, acompañando a Leopoldo Lugones en un relevamiento de las ruinas jesuíticas. Poco después y fascinado por el paisaje de la selva, adquirió varias hectáreas cerca de San Ignacio y se estableció con su familia en el lugar que sería su laboratorio literario y fotográfico. El sitio es la ambientación de Cuentos de la selva.

Con un crédito, en 1906 compró una chacra de 185 hectáreas sobre el Alto Paraná. Era profesor de literatura en el Normal 8 cuando se enamoró de una de sus alumnas, Ana María Cirés, que había nacido en 1890, y que vivía en Banfield. A pesar de la oposición de los padres franceses de la chica, se casaron el 30 de diciembre de 1909.

Quiroga en su casa de San Ignacio

En marzo del año siguiente, Quiroga pidió licencia en el colegio, y preparó todo para instalarse en Misiones y construyó una casona con sus propias manos. Lugar donde vivió entre 1909 y 1916 con Cirés y entre 1932 y 1936 con María Elena Bravo, su segunda mujer.


Quiroga explotaba un yerbatal y fue juez de paz. Era muy desprolijo para su actividad burocrática; en la casona que hoy funciona como museo se encuentra una lata de galletitas donde “archivaba” los nacimientos y las defunciones que anotaba en papelitos sueltos.


La tragedia tenía otro capítulo


En 1911 nació Eglé, su primera hija, y un año más tarde el varón (Darío). La desgracia otra vez se haría presente cuando su esposa se suicidó en febrero de 1915 ingiriendo uno de los líquidos que él utilizaba para el revelado fotográfico. Tenía 25 años.


Quiroga regresó a Buenos Aires con sus hijos, viviendo precariamente en un sótano. Consiguió un puesto en el consulado uruguayo en Buenos Aires; luego se mudaría a un departamento y más tarde a una vieja casa en Olivos.


Los críticos de su obra aseguran que en esa época escribió sus libros más consagrados. Cuentos de amor de locura y de muerte, de 1917 y Los Desterrados, de 1926. En el medio, Cuentos de la Selva, de 1918; Anaconda, de 1921 y El Desierto, de 1924.


Por 1919 quedó deslumbrado por el cine, y no solo escribió críticas y reseñas de películas, sino que se animó con un guión, La jangada, que no pasó de ahí. También había pensado llevar a la pantalla La gallina degollada.


Entre 1919 y 1922 una relación estrecha lo unió con Alfonsina Storni; una relación que incluso llegó hasta la propuesta de mudarse para convivir en Misiones. Cuenta que la historia no funcionó ya que ella le contó a su amigo Quinquela Martín sobre esa posibilidad y el pintor le habría respondido con un rotundo “¿Con ese loco? ¡No!”.

Junto a María Elena Bravo

En 1927 se enamoró de María Elena Bravo, compañera de su hija Eglé que aún no llegaba a los 20 años. Con casi 30 de diferencia en la edad, con ella en 1928 tendría su segunda hija, María Elena, “Pitoca”. El problema es que su esposa no quería saber nada con vivir en Misiones, adonde habían viajado en el Ford que el escritor había comprado.


Su último libro Más allá lo publicó en 1935. Cercano a los 60 años, tuvo problemas de salud y viajó a Buenos Aires. Una aparente infección urinaria terminó siendo un cáncer de próstata en un estado que ya no era operable. Aunque ya separado de hecho, María Elena, su esposa, lo cuidaba.


Cuando la junta de médicos le comunicó el 18 de febrero de 1937 el diagnóstico con un pronóstico inexorable, pidió dar un paseo. Regresó por la noche. Nadie supo que había comprado polvo de cianuro que ingirió para fallecer al día siguiente #AntesDeSerCalle

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