Marcos Sastre es otro de esos personajes de la historia relegados, olvidados, o por lo menos no tan reconocidos como debería. Fue el mayor propulsor de la educación pública, antes que Domingo Faustino Sarmiento. Sastre -educador, periodista, escritor, librero y pintor- fue un hombre indiscutiblemente ligado a la cultura argentina sin ser argentino de nacimiento.
La arteria que lo recuerda en la ciudad nace hacia el noreste a partir de la Río Negro como continuación de Chile. En casi todo su recorrido sirve de división de barrios; primero Parque Luro de Los Pinares, a partir del 1000 Constitución y Estrada, y por último, se mete en el corazón del barrio Zacagnini donde concluye al llegar al arroyo La Tapera.
Había nacido en Montevideo el 2 de octubre de 1808, pero su familia se trasladó a nuestro país tenía ocho años. Librero, periodista, escritor, pintor, naturalista, descolló sin embargo por su labor infatigable a favor de la instrucción pública. No hubo esfera ni campo de acción para el fomento de la educación que no mereciera su atenta mirada: desde la elaboración de un libro de lecturas para enseñar las primeras letras 1 hasta el fomento de una jubilación para los maestros o el diseño de los pupitres que debían instalarse en las escuelas.
Sus ideas de avanzada quedarán plasmadas en varios artículos periodísticos. En una época de completa sumisión de la mujer al hombre, Sastre luchó por lo que entonces era casi una osadía: el fomento de la educación de las mujeres. “Estos deseos alimentan en mi pecho la esperanza de que algún día se abrirá para ellas la carrera de las ciencias, las letras y las artes. Ellas, como nosotros, necesitan de la instrucción para ser y hacer felices. Ellas, como nosotros, pueden entrar en el templo de Minerva y coronarse con el laurel de Apolo. Ellas, como los hombres están adornadas de talentos y aptitudes para todo género de ciencia y conocimientos sublimes. Esta verdad es hoy tan evidente que no necesita el apoyo de tantos y tan sabios autores que la han demostrado”, dirá a principios de la década de 1830.
Como sucedería con la mayoría de las familias rioplatenses de principios del siglo XIX, las convulsiones políticas de la región signarían su destino. Sus padres, fervorosos promotores de la independencia, eran conocidos en su Montevideo natal como “el patriota” y “la patriota”. En 1817, tras la invasión portuguesa, la familia debió abandonar la ciudad para instalarse primero en Concepción del Uruguay, luego en Santa Fe y más tarde en Córdoba. En esta ciudad, el joven Sastre completó sus estudios secundarios en el colegio Monserrat. A los 18 años, sus habilidades de pintor le valieron el otorgamiento de una beca para estudiar arte en Buenos Aires, donde pasó dos años.
En 1831 contrajo matrimonio con Jenuaria Arambulo, con quien tuvo doce de sus catorce hijos.
A los 22 años, un ofrecimiento tentador lo impulsó a regresar a su ciudad natal. Fue designado oficial mayor de la secretaría del Senado, pero nuevamente la situación política inestable de la ciudad vecina lo trajo a Buenos Aires, donde en 1833 estableció su famosa librería, pronto conocida como La librería de Sastre. Dos años más tarde, la mudará a un salón más amplio rebautizándola como Librería Argentina.
Alguna vez dejará oír su queja por la costumbre de estar “mendigando talentos extranjeros para la educación de nuestra juventud”. Él se encargará personalmente de atizar el fuego de las inteligencias locales. A principios de 1837 propuso organizar una institución cultural. Así nació el Salón Literario: personajes de la talla de Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan Thompson, Vicente Fidel López, Gervasio Antonio Posadas, Carlos Tejedor, Pastor Obligado, Eduardo Acevedo y José Mármol frecuentarían el lugar. El Salón fue un ámbito fecundo de debates y el antecedente directo de la Asociación de Mayo.
Pronto los debates intelectuales sobre temas filosóficos y literarios dieron paso a cuestiones más acuciantes, como las circunstancias políticas del momento. “Tenemos patria y queremos servirla, si no con la espada al menos con la inteligencia… (…) para continuar la grande obra de la Revolución de la Mayo”, dirá Esteban Echeverría. El Salón no tardó en caer víctima de las presiones políticas y debió cerrar sus puertas por orden de Rosas.
En mayo de 1838 desaparecería también la librería. Sastre no tardó en ser sindicado como “salvaje unitario”, y se alejó de la ciudad, instalándose en el pueblo de San Fernando, donde abrió un colegio, pero hasta allí llegaron las persecuciones y pronto debió trasladarse a Entre Ríos, donde Urquiza lo nombró Inspector General de Escuelas Primarias. También se hizo cargo de la redacción del diario El Federal Entrerriano.
Cuando Sarmiento regresó al país tras su largo exilio, Sastre lo secundó desde el primer momento. Creó bibliotecas escolares e impulsó el establecimiento de escuelas normales para preparar maestros, y escuelas agrícolas, para el fomento de la riqueza del país. Durante la presidencia del sanjuanino fue nombrado director de las escuelas dependientes de la Municipalidad de Buenos Aires.
Demócrata convencido, federal, austero, ferviente católico, amante de la naturaleza, Sastre consagró su existencia al fomento de la educación. No cejó nunca en su lucha pacífica y la muerte lo encontraría trabajando. El 10 de febrero de 1887, el Consejo Nacional de Educación celebró una de sus sesiones; Sastre, que había sido designado miembro del organismo por Julio Argentino Roca, asistió con la puntualidad de siempre. Cinco días más tarde, el 15 de febrero, este infatigable maestro de maestros moría de un infarto mientras trabajaba en su habitación. Dejaba catorce hijos y numerosas obras, entre las que se destacan Anagnosia, Lecciones de gramática, Orografía Completa, Método Ecléctico de Caligrafía Inglesa, Lecciones de Aritmética, Lecciones de Gramática Castellana, Consejos de Oro sobre la Educación y Temple argentino, su obra principal, un estudio sobre el Delta del Paraná que él mismo ilustró #AntesDeSerCalle
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