Nació en Palermo, Italia, el 24 de abril de 1877. Era pequeño cuando su familia se trasladó a la Argentina: hizo aquí sus estudios primarios y cursó el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Su padre, que era periodista y participó desde joven en organizaciones obreras revolucionarias, tenía una biblioteca y lo incitó desde temprano a la lectura, a la escritura, a la corrección de imprenta y a la traducción de inglés, francés e italiano.
Está considerado como uno de los máximos representantes del positivismo en latinoamérica.
Fue un médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo, filósofo, masón, teósofoescritor y docente.
Escribió su tesis doctoral, La simulación en la lucha por la vida (1903), en clara consonancia con la corriente darwinista que prevalecía en Argentina por aquella época. A ese respecto, y como miembro del Partido Socialista, defendió también la idea de que la lucha de clases era una de las múltiples manifestaciones de la lucha por la vida.
Su interés por los problemas psiquiátricos, criminológicos y psicofisiológicos, unido a la influencia de positivistas europeos como Spencer o Comte, le hizo tomar como punto de partida de su labor filosófica un positivismo de corte cientificista. Sin embargo, el pensamiento filosófico de Ingenieros se desarrolló con el tiempo más allá de este punto de partida. Nunca abandonó el naturalismo, y siempre se opuso a cualquier filosofía de tipo sobrenaturalista o trascendental; sin embargo, fue capaz de hacer compatible esta posición con la necesidad y posibilidad de la metafísica.
La calle José Ingenieros aparece a unos cien metros de Parque Camet, paralela a la avenida Carlos Tejedor y con sentido al sur. Tiene una interrupción al cruzarse con la calle Estanislao Zeballos para continuar a partir de Donato Álvarez sin interrupciones hasta el 0 al llegar a la calle Río Negro. Desde su inicio (por dirección de circulación) al 3800, pasa por los barrios Zacagnini, Constitución y Parque Luro
Más sobre Ingenieros
En sus Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía (1918), afirma la existencia de un "residuo inexperiencial fuera de la experiencia", que no es algo sobrenatural, trascendental o absoluto, aunque tampoco algo ininteligible o incognoscible. Este residuo, que no es infranqueable para el conocimiento humano, es precisamente el objeto de la metafísica, como disciplina esencialmente distinta de la metafísica tradicional; se trata de una metafísica nueva, que se ayuda de la lógica en sus razonamientos, y que se caracteriza por su universalidad, antidogmatismo y objetividad.
Entre sus obras, de gran influencia todas ellas en el pensamiento latinoamericano, destacan además de las mencionadas las siguientes: Simulación de la locura en la lucha por la vida (1903), Sociología argentina (1908), Principios de psicología genética (1911) y El hombre mediocre (1913). Su obra La evolución de las ideas argentinas (2 vols., 1918 - 1920) marca rumbos en el entendimiento del desarrollo histórico como nación.
Sus obras destacadas
Algunos tramos de El hombre mediocre, publicado por José Ingenieros en 1913, en una especie de retiro voluntario europeo (resultante del rechazo del gobierno de Roque Sáenz Peña a su postulación para ser titular en la cátedra de Medicina Legal de la Universidad), coinciden llamativamente con algunas frases que por estos días pueden escucharse en torno de legisladores, funcionarios y partidos políticos. Acerca de la “mediocracia” escribió: “Los deshonestos son legión: asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores; comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela”. Y luego: “Es de ilusos creer que el mérito abre las puertas de los Parlamentos envilecidos. Los partidos –o el gobierno en su nombre– operan una selección entre sus miembros, a expensas del mérito o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y conveniencia”.
El hombre mediocre también llama la atención por las nutridas alusiones a lo racial. En el libro –de gran repercusión en la época, con numerosas ediciones y publicación en varios países–, Ingenieros escalonó al hombre inferior, “un animal humano”, de tendencia instintiva, inepto para imitar y para adaptarse al medio social, que vive por debajo de la moral o de la cultura dominantes, que en muchos casos está al margen de la ley y que es incapaz de pensar como los demás. En el otro extremo, escribió, está el hombre superior, una minoría original, imaginativa, precursora de la perfección, que piensa mejor y sobrepone ideales a los demás. No es necesario aclarar qué tipo de hombre se creía Ingenieros. Escribió sobre sociología, psicología, literatura, filosofía, historia, medicina. Muchos de sus escritos escarbaron en las raíces biológicas y se sustentaron en su adhesión al evolucionismo y al darwinismo. En Sociología Argentina anotó: “La superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas. La selección natural, inviolable a la larga para el hombre como para las demás especies, tiende a extinguir las razas de color, toda vez que se encuentren frente a frente con la blanca en las regiones habitables por ésta”.
Cuando murió, el 31 de octubre de 1925, tenía 48 años #AntesDeSerCalle
Bibliografía: Vida De Jose Ingenieros / Sergio Bagu – Recortes periodísticos
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