Ituzaingó, recuerda la batalla en la que las fuerzas argentinas, al mando del Gral. Carlos María de Alvear, vencieron al ejército del Imperio del Brasil, el 20 de febrero de 1827. Muy cerca del lugar donde se llevó a cabo el combate, en el sur del Brasil, existe un accidente geográfico con saltos y cascadas. De allí el nombre de Ituzaingó.
Ituzaingó es una voz guaraní que significa "catarata de agua o río, que cae abundante a intervalos".
La Batalla
La Batalla de Ituzaingó fue una total sorpresa para las tropas brasileñas, que hasta el día anterior perseguían a las fuerzas conjuntas argentino-orientales.
El río Santa María separaba el territorio montañoso (donde las caballadas aliadas poco valor táctico tenían) de los terrenos más llanos con buenos pastizales al sur de su cauce. El ejército aliado republicano buscaba campos con forraje adecuado, pero la imposibilidad de vadear el río por estar crecido obligó a efectuar una contramarcha de veinte kilometros en la noche previa a la batalla recorriendo un camino ascendente que permitía posicionar al ejército aliado en igualdad de condiciones con el oponente.
A las dos de la mañana del 20 de febrero de 1827, luego de un breve intervalo, el ejército imperial bajo el mando del marqués de Barbacena reanudó su marcha en persecución del ejército republicano. Barbacena estaba convencido de que iba a sorprender a Alvear en pleno cruce del Río Santa María y que en su camino a lo sumo enfrentaría algún destacamento de retaguardia.
Las informaciones que había recibido el marqués de las partidas de vanguardia del mariscal Abreu confirmaron esta opinión. Para su sorpresa, alrededor de las cinco de la mañana, encontró su marcha interrumpida por las avanzadas del ejército republicano que no sólo incluían la división de Lavalleja, sino también el batallón Nº5 de infantería. Esta sorpresa lo disgustó sobremanera y se arrepintió de haber seguido las sugerencias del mariscal Brown de marchar durante la noche. Ni él ni Brown esperaban que “o inimigo tivesse deste lado do rio todas as suas forças reunidas.” Luego de una junta, los jefes imperiales decidieron entonces arrollar esta oposición y continuar la marcha hacia el Paso del Rosario. Poco tiempo les tomó percatarse que no sería posible cumplir ese objetivo.
Los orientales no querían ser parte del Brasil y si bien existía cierta rivalidad entre Montevideo y Buenos aires, los lazos con las Provincias Unidas del Río de la Plata y España eran mucho más fuertes que con el Imperio. A principios de 1825 el Coronel uruguayo Juan Antonio Lavalleja se asiló en Buenos Aires. Allí pide apoyo al Gobernador Juan Gregorio de Las Heras quien escucha su demanda, pero no se compromete. Lavalleja con la ayuda de federales porteños como Rosas, Anchorena, Terrero y la neutralidad de Las Heras, concibe la epopeya de los Treinta y Tres Orientales. El 19 de abril de 1825 los Treinta y Tres pisan tierra oriental y la lucha contras las poderosas fuerzas de ocupación es iniciada. Una columna de doscientos hombres al mando de Fructuoso Rivera (conocido como "el pardejón”), que respondía a órdenes del General Lecor, comandante de las tropas imperiales, es enviada para reprimir a Lavalleja, pero Rivera se insubordina y se incorpora al grupo de los Treinta y Tres, continuando su errática carrera política. A partir de entonces, las fuerzas de Lavalleja fueron engrosando sus efectivos con huestes populares.
En histórica decisión los Orientales reúnen un Congreso en la Florida y el 25 de agosto de 1825 declaran la Independencia de la Banda Oriental y su reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. En Buenos Aires ya se considera casi inevitable la guerra con el Brasil al aceptarse la anexión territorial y el apoyo aún todavía tímido a Lavalleja. Las fuerzas de este jefe logran triunfos en Rincón de Haedo y Sarandí.
Tacticas empleadas
Ituzaingó fue una batalla de múltiples contrastes. A la táctica y gran táctica europea que intentaban aplicar Alvear y Brown, se contraponía el estilo de guerra “gaucha” de jinete contra jinete, en el que la infantería y la artillería jugaban un papel secundario.
Este era el estilo de guerra que Lavalleja, Abreu, Gonçalves y sus milicias estaban acostumbrados y que utilizarían sin mucho efecto durante la contienda. En cuanto a las tácticas europeas, desde la batalla de las Pirámides hasta la de Waterloo había quedado establecido fuera de toda duda que un cuerpo de infantería bien entrenado y disciplinado, una vez formado en cuadro, podía rechazar los embates de la caballería. Sólo cuando era sorprendida durante su marcha o cuando sufría el fuego certero de la artillería, la infantería era vulnerable a las cargas de los jinetes enemigos.
Estas consideraciones tácticas fueron relevantes el 20 de febrero de 1827. Salvando las enormes distancias, en los campos de Ituzaingó se enfrentaron los estilos de guerra de Napoleón y Wellington, como doce años antes lo habían hecho en Waterloo. Alvear estaba más cercano al primero, tanto por sus ideas sobre la organización del ejército como por sus concepciones tácticas y estratégicas. Por formación y experiencia personal Brown y los principales jefes del ejército imperial estaban más influidos por el segundo. Sin embargo, ambos estilos fueron forzosamente adaptados a las particulares circunstancias locales.
Aunque también preponderante en caballería, el ejército imperial llegó al campo de batalla con cinco batallones de infantería bien entrenados y disciplinados que presentarían un desafío para la caballería republicana. La mayoría de los gauchos orientales, valientes pero con escasa instrucción militar, nunca antes habían enfrentado un rival semejante.
Los combates de Sarandí y Rincón habían sido choques de caballería entre milicias irregulares. Incluso los regimientos de caballería más fogueados del ejército republicano, con excepción de algunos veteranos de Napoleón que revistaban en ellos, jamás habían enfrentado una infantería tan bien entrenada como la que encontrarían en esta batalla.
La infantería española era notoriamente débil, como lo demostró en la guerra peninsular, y su actuación durante las guerras de la independencia no fue mucho más brillante. En contraste, los cuadros de infantería portugueses e ingleses habían demostrado en numerosas ocasiones ser inexpugnables ante las cargas de la caballería de Napoleón, considerada entonces la mejor del mundo.
El ejército imperial había heredado del portugués la doctrina táctica de Wellington, que había sido impuesta por Beresford y otros oficiales del ejército inglés como Brown. Además, a diferencia de los batallones republicanos, de reciente creación y compuestos principalmente de reclutas con pocos meses de instrucción, los del ejército imperial tenían años de adiestramiento. Por ejemplo, el batallón Nº27 de Caçadores, compuesto enteramente de tropas alemanas, había sido creado a fines de 1824 y desde entonces se entrenaba en sus cuarteles en Río de Janeiro.
En el esquema napoleónico una batalla seguía básicamente cinco etapas: primero la artillería “ablandaba” la infantería enemiga con un fuerte cañoneo; luego los voltigeros y tiradores de infantería ligera comenzaban sus “guerrillas” intentando desbaratar las formaciones del enemigo; una vez logrado este objetivo, la caballería pesada cargaba para destrozarlas; a esta carga de caballería seguía un ataque de la infantería con las bayonetas caladas. En la etapa final toda la caballería se lanzaba a la persecución del enemigo.
La coordinación de las tres armas requería disciplina, entrenamiento y obediencia de los jefes subalternos y soldados, ingredientes que no estarían presentes en su justa medida en el ejército republicano. Napoleón siempre favorecía la ofensiva en su batallas. En contraste, la doctrina de Wellington en la que se habían entrenado los jefes portugueses e ingleses que acompañaban a Barbacena, favorecía la adopción de posiciones defensivas y el uso de la infantería.
Sin embargo, la preponderancia de caballería en ambos ejércitos, requeriría una modificación al esquema de batalla utilizado en aquella época en Europa. En Ituzaingó, las cargas de caballería se convertirían en el elemento decisivo del combate. Contrariamente a la imagen que tenemos hoy en día sobre una carga de caballería –en desorden, al galope tendido con el sable desenvainado– la táctica de la época requería cargas en perfecta formación, que se iniciaban al trote y que sólo en sus últimos instantes se lanzaban a todo galope.
La velocidad de la carga debía ser progresiva de modo que al caer sobre el enemigo tuviera su mayor fuerza. “Por ejemplo,” explicaba Alvear, “si un cuerpo de caballería tiene que ir al enemigo de la distancia de 600 pasos, hará el primer tercio al trote, el segundo a un galope corto y el último tercio a un galope largo, que dejará a los 50 pasos del enemigo para caer sobre él a la carrera, de rienda suelta.”
El éxito de la carga dependía en gran medida del orden y la disciplina de los jinetes y de la infantería que pretendían arrollar. Obviamente cuanto mayor la velocidad, más difícil era para los primeros mantener su formación. En su fase final, a todo galope, la carga inevitablemente se desordenaba, pero la excitación de los caballos y los jinetes a veces lograba amedrentar a los infantes enemigos, cuya única defensa era el fusil y su bayoneta (y veces uno o más cañones).
Pero si la infantería se mantenía en cuadro era casi siempre invencible. Sólo cuando era sorprendida en una marcha de flanco, o si se hallaba desplegada y sin tiempo para formar cuadros, y la distancia era corta, era recomendable una carga a todo galope.En estos casos la caballería casi siempre salía victoriosa.
La calle que recuerda esta batalla nace en la costa, en el barrio La Perla, sigue por Nueva Pompeya, Villa Primera divide el barrio Nueve de Julio con López de Gomara y por último atraviesa el corazón de los barrios Malvinas Argentinas, Libertad y Florentino Ameghino donde culmina al llegar a la calle Ramón Carrillo #AntesDeSerCalle