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Foto del escritorAntes de ser Calle

Dolores Mora, Lola Mora

Lola Mora nació como Dolores Candelaria Mora Vega el 17 de noviembre de 1866. Tanto Tucumanos como y Salteños se disputan ese lugar de nacimiento. Por un lado, los historiadores de Salta sostienen que nació en El Tala, una localidad del sur de esa provincia, en el límite con Tucumán, donde vivían sus padres: un tucumano (Romualdo Alejandro Mora Mora) y una salteña (Regina Vega Sardina). En tanto, los de la provincia de Tucumán muestran para argumentar un certificado de bautismo en una iglesia de San Joaquín de las Trancas, en el norte de esa provincia.

La calle que la recuerda en el Partido de General Pueyrredon se encuentra en la ciudad de Batán.

Ese bautismo, según los registros parroquiales, nació el 22 de abril de 1867, aunque la oficialmente se sostiene la fecha de 1866. En su honor fue dedicada esa fecha, probablemente incorrecta, como el Día Nacional del Escultor.


Moira Soto, en una de las biografías de Mora explica que “por alguna razón, o sin razón alguna, los biógrafos y quienes los citan suelen fijar el 17 de noviembre de 1866 para el nacimiento de Dolores, cuando su acta —único documento consultable— es clarísima: la niña fue bautizada en la Parroquia de San Joaquín de Las Trancas, ‘el día 22 de junio del año del señor de 1867’. El cura José D. Torres, encargado de aplicar óleo y crisma a la ‘hija legítima de Dn. Romualdo Mora y de Da. Regina Vega’, dejó anotado con todas las letras que Dolores tenía ‘de edad dos meses’. Lola era ahijada del tucumano Nicolás Avellaneda. Tenía descendencia indígena.

Ella siempre se reconoció tucumana.


Sus padres se casaron el 16 de marzo de 1859 en la misma parroquia que bautizaron a su hija. De esa unión nacieron siete hijos: cuatro mujeres y tres varones. Lola fue la tercera hija. Después de vivir once años en el pueblito de El Tala y con el objetivo de darles una mejor educación a sus hijos se mudaron a San Miguel de Tucumán.


En septiembre de 1885, con 18 años y con diferencia de dos días, perdieron la vida su madre y padre.


La inspiración


Santiago Falcucci, un pintor italiano, llegó a Tucumán en 1887 para dar clases en esa ciudad. Lola tomaba clases particulares del maestro, quien la inició en la pintura, el dibujo y el retrato. De Falcucci, Lola aprendería el neoclasicismo y el romanticismo italiano, que caracterizó su vida. Retrató a las personalidades de la sociedad tucumana de entonces. Así aprendió a relacionarse con el poder, mediante su arte. Lola entendía que la única manera de financiar sus obras era mediante encargos de los Gobiernos de turno.


Ya aceptada como artista, retrató en una obra al carbón al gobernador de Salta, Delfín Leguizamón. Resultó perfecto; tanto, que su maestro Falcucci diría: "Era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura".


Para los festejos del 9 de julio de 1894, Lola Mora pintó una colección de veinte retratos en carbonilla de los gobernadores tucumanos, desde 1853. El diario El Orden encomió su trabajo: "Es la obra quizás de más aliento de cuantas se han llevado a la exposición [...] Muchos de ellos son algo más que un retrato, son verdaderas cabezas de estudio, de franca y valiente ejecución". La Legislatura de la provincia adquirió sus obras en cinco mil pesos. Estas carbonillas se conservan en el Museo Histórico de la provincia.


Lola Mora una celebridad en Tucumán


En julio de 1895 viajó a Buenos Aires en busca de una beca para perfeccionar sus estudios en Europa. El 3 de octubre de 1896 el presidente José Evaristo Uriburu le concedió a "Dolores C. Mora, durante dos años, la subvención mensual de cien pesos oro, para que perfeccione sus estudios de pintura en Europa".

Fuente de las Nereidas

Al año siguiente se instaló en Roma, como alumna del pintor Francesco Paolo Michetti. Conoció también al escultor Giulio Monteverde, el "nuevo Miguel Ángel", a quien le pidió que la aceptara, también, como alumna. Lola Mora había encontrado su vocación. En pocos meses progresó de tal modo que su nuevo maestro le aconsejó dedicarse exclusivamente a la escultura y la artista abandonó la pintura para siempre.


Lola se insertó naturalmente en los círculos artísticos y culturales de Roma, donde fue muy respetada. La escultura de un autorretrato de la artista, de mármol de carrara, exhibida en la Exposición de París, ganó una medalla de oro. La prensa argentina empezó a publicar sus trabajos, sus viajes por Europa, sus exposiciones y los premios recibidos.


El 22 de junio de 1909, a los cuarenta y dos, Lola contrajo matrimonio con Luis Hernández Otero, un intrascendente empleado del Congreso, hijo de un ex gobernador entrerriano y diecisiete años menor. En el acta, Lola figura con diez años menos. La pareja nunca fue feliz y luego de cinco años su marido la abandonó. De su vida privada han corrido muchas versiones: desde que fue amante de Julio Argentino Roca, un gran admirador y protector suyo hasta que tenía inclinaciones bisexuales. Versiones que, a su muerte —sus sobrinas quemaron su correspondencia íntima—, corroborarían estos rumores. No obstante ello, su familia siempre negó ambas habladurías.


A partir de 1910 declinó su estrella. Incumplimientos contractuales de sus proveedores la llevaron a endeudarse y a hipotecar su atelier de Roma. Inauguró su monumento a Nicolás Avellaneda en la ciudad del mismo nombre el 8 de junio de 1813, en presencia del presidente Roque Sáenz Peña, el vicepresidente Victorino de la Plaza y su gran amigo Julio Argentino Roca (una de las últimas veces que se verían). Con la muerte de Roca, Lola perdería toda su influencia y los adversarios políticos del Zorro tucumano empezaron a pasarle facturas a la artista. En 1915 el Congreso decidió desmontar su conjunto escultórico tachándolos de "adefesios horribles". El diputado Luis Agote agregó: "No demuestran nuestra cultura ni nuestro buen gusto artístico". El conjunto se desmembró entre cinco provincias.


Desahuciada y con su salud deteriorada, entre 1932 y 1933 retornó a Buenos Aires, bajo el cuidado de sus sobrinas. Le costaba caminar, divagaba y perdía el conocimiento. En 1933 la Sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una muestra a beneficio de la empobrecida artista. En 1935, restaurado el orden conservador, el Congreso le aprobó una pensión de doscientos pesos mensuales. El 17 de agosto Lola sufrió un ataque cerebral que la dejó postrada hasta el 7 de junio de 1936, cuando falleció, a los sesenta y nueve años. Sus restos se trasladaron desde el Cementerio de la Chacarita hacia Tucumán en 1977.


En su memoria, la ley 25003 instituyó, en 1998, la fecha de su nacimiento (el 17 de noviembre) como Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas #AntesDeSerCalle

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